Las luces tintinean mientras el zumbido producido por la corriente eléctrica es engullido por el lejano chillido de las sirenas antiaéreas y la respiración agitada de una cantidad ingente de hombres, mujeres y niños. Las carreras por hacerse con un reducido espacio en el interior de la estación de metro, ya fuese en los andenes o sobre las propias vías, habían dado paso una tensa e insufrible quietud.
Todos y cada uno de los presentes, fueran mayores o pequeños, darían su alma por no estar en aquel momento allí… ¡por no sufrir aquella angustiosa espera!… Sin embargo… La guerra… La fea, despiadada, inmisericorde, cruel, horrenda, incomprensible e injusta guerra, les había arrastrado hasta allí…
¡La tensión aumenta cuando las sirenas callan!
Qué silencio más terrible el de la antesala del infierno…
Un joven lleva el rostro congestionado de su prometida contra su pecho apretando la mandíbula a la vez que la anciana que tiene al lado saca un rosario para murmurar una oración. Tras ellos, una mujer intenta contener el llanto mientras abraza a su hija pequeña, la cual, aterrada, la mira con los ojos saliéndose de las cuencas sin entender nada. Al fondo, un bebe llora contagiando a los que tiene alrededor, un hombre se tapa los oídos, otro se muerde las uñas, y otro mira alrededor mientras abraza la fotografía de su familia…
¡Angustia! ¡Tensión! Miedo…
No quiero, mamá… le dice un niño a su progenitora mientras las lágrimas le arañan el rostro encogiendo los corazones de cuantos le escuchan en el momento en el que la luz se apaga y las tenues luces de emergencia se activan.
Un lamento generalizado de pánico y horror inunda todos y cada uno de los rincones del metro para dar paso de nuevo al silencio más horrible y aterrador de sus vidas.
¡Los músculos se tensan! ¡Los corazones se detienen! y la espera se convierte en una agonía… hasta que de repente, una dulce voz, quebrada pero desafiante, de procedencia desconocida, comienza a cantar…
—God save our gracious Queen… (Dios salve a nuestra graciosa Reina)
Todo se detiene.
—Long live our noble Queen. (Larga vida a nuestra noble Reina)
Los hombres levantan la cabeza y las mujeres detienen sus llantos.
—¡God save the Queen! (¡Dios salve a la Reina!)
Los pequeños contienen la respiración.
—Send her victorious. (Envíanos a ella victoriosos)
Nadie sabe de donde procede…
—Happy and glorious. (Felices y gloriosos)
En la penumbra unos y otros se miran… confusos, aturdidos, descolocados…
—Long to reign over us. (Largo reinado sobre nosotros)
Las bombas lanzadas por la Luftwaffe sobre sus cabezas para arrasar Londres y ponerlos de rodillas ante Hitler hacen temblar los techos, descascarillarse las paredes, retumbar los túneles, pero ellos… ya no las escuchan…
—¡God save the Queen! (¡Dios salve a la Reina!)
Ellos solo tienen oídos para escuchar a la esperanza… a la voz de la rebelión contra la injusticia… contra el miedo…el terror… contra la derrota… contra su vida… su hogar… sus familias… y la libertad…
—¡O lord God arise! (¡Oh Señor Dios!)
Se une una garganta tras otra…
—Scatter our enemies (Dispersa a nuestros enemigos)
Hombres, mujeres y niños.
—¡And make them fall! (¡Y hazlos caer!)
Con rabia, orgullo y honor.
—Confound their knavish tricks. (Confunde sus pícaros trucos)
Contra el miedo.
—Confuse their politics. (Confunde su política)
La muerte.
—On you our hopes we fix. (En ti nuestras esperanzas ponemos)
Y la desesperación.
—¡God save the Queen! (¡Dios salve a la Reina!)
Siempre juntos, por la libertad.
Como escribiría más tarde Winston Churchill… «Fue un tiempo en el que toda Gran Bretaña trabajó y se esforzó hasta el límite y estuvo unida como nunca antes. Hombres y mujeres se afanaban en los tornos y las máquinas de las fábricas hasta caer exhaustos en el suelo y había que sacarlos de allí y ordenárseles que se fueran a casa, mientras sus lugares eran ocupados por recién llegados sin detener el proceso. El único deseo de todos los varones y muchas mujeres era tener un arma…Nada incitaba tanto a un inglés como la amenaza de la invasión, la realidad desconocida durante miles de años. Cantidades enormes de gente estaba dispuestas a conquistar o morir».
Autor: José Antonio López Medina