REDACCION. Manolo Recio. suiteinformación.- El antitaurinismo es tan antiguo como lo son las corridas de toros. Siempre hubieron partidarios y detractores de un hecho que se ha desarrollado en paralelo con las corridas de hombres. Si, he escrito bien, porque las guerras bien pudieran calificarse también de esta forma. Acostumbrados a ver y oír diariamente en los diferentes medios de comunicación cuantos hombres, mujeres y niños mueren en acciones militares violentas en un sin fin de guerras, en naufragios de navíos que, procedentes de países subdesarrollados, no llegan a puerto, en accidentes de circulación y en suicidios, ahora resulta que lo bárbaro y extirpable de esta sociedad enfermiza son las corridas de toros. Se llega incluso a tergiversar los sentimientos de personajes históricos, cómo es el caso del genial pintor Francisco De Goya, autor de una de las obras más sublimes sobre el mundo de los toros, su Tauromaquia, que hay quien la utiliza en su desgarrador realismo para intentar demostrar el antitaurinismo de su creador.
La lista de escritores, filósofos, eruditos, partidarios de la fiesta es inmensa. Pero al parecer no suficiente. El ritual de la muerte ausente de público que diariamente se produce en los más de 650 mataderos para abastecer de todo tipo de carnes a los mercados nacionales y extranjeros, no merecen la menor atención de aquellos que se manifiestan frente a las plazas de toros en horas de corridas pero no cambiarían un buen solomillo por nada del mundo. Desde que la vida es vida y el hombre es hombre, existe lo racional en concomitancia con hechos que suceden y que escapan a esa racionalidad. Nacemos en una sociedad que no podemos elegir y en ella vivimos y morimos. Las corridas de toros y todo lo que en ella sucede es una nimiedad comparado con las atrocidades que el ser humano inflige a sus semejantes, que también forman parte del reino animal. En un mundo ideal en el que reinase la paz y todos muriésemos de viejos, los antitaurinos tendrían su reino perfecto. Pero no es así. Ya conocemos cuáles serían los efectos de la abolición de las corridas de toros y demás festejos populares. El toro bravo desaparecería de la faz de la tierra, las miles de hectáreas de dehesas dedicadas a su cría serían desmontadas, roturadas y dedicadas a la agricultura contribuyendo a la destrucción de la flora y la fauna. Acusar, cómo ha ocurrido en Gijón, de falta de ética a quien es partidario de los eventos taurinos es cuanto menos aberrante. La libertad y su ejercicio exige respeto por lo desigual como base de una correcta convivencia. El horror está fuera de las plazas, alejado de las fiestas y encierros y desgraciadamente protagonizado por personas que muy probablemente no sean aficionados a las corridas de toros. MR