España fue la propietaria del mundo en los siglos XVI y XVII, eso nadie lo pone en duda. Y aunque ahora nuestro querida patria no es ni una sombra de lo que fue, aún nos quedan historias gloriosas que contar, para los más nostálgicos. ¡Va por vosotros!
Al contrario que nosotros los españoles, los ingleses; siempre han tenido una habilidad innata para ocultar sus derrotas, hasta hacerlas parecer una simple pelea de almohadas de dos jóvenes adolescentes.
La savia hispana; siempre ha tenido tendencia a hacer de un grano de arena un desierto, a magnificar nuestros fracasos militares, hasta el punto de llegar a creernos estar atravesando las puertas del infierno. La realidad que nos cuenta la historia, es aquella que nos dice que la economía y su brazo armado, los ejércitos, funcionan por asaltos formando como una especie de vaivén pendular que ahora es favorable y después desfavorable.
Tenemos un gusto insano por la autoflagelación; y solemos padecer una amnesia aguda ante las gestas de nuestros antepasados y ante lo que no nos interesa. No me cabe la menor duda, de que los ingleses como enemigos, siempre han sido un hueso duro de roer. Las frecuentes y fructíferas invasiones de Inglaterra por parte de los ejércitos españoles, llevaron el sello de calidad que acredita nuestra bravura, durante más de cuatrocientos años.
La hija de Enrique VIII; la reina Isabel I de Inglaterra, hizo algunas cosas mal entre ellas enviar a Drake; su mejor pirata al ostracismo, y alardear de victorias que luego no lo fueron tanto. La conocida como la “Contraarmada” que atacó La Coruña y Lisboa al año siguiente del fracaso de nuestra “Armada Invencible”.
Los que no somos “españoles light”, sentimos el gran honor que significa ser hijos de este grandioso país. Pero tengo que reconocer que; la historia de España es excelsa y ignota en muchas ocasiones, a la par que desconocida, en otras tantas.
No se puede, ni se debe ser español y patriótico a tiempo parcial, un español de verdad debe serlo 24/7 horas, durante los 365 días del año, y luego toda su vida, si puede ser. No se es español de izquierdas o de derechas, se es español, y ya está. Con todas sus consecuencias.
Los historiadores y todos aquellos que nos dedicamos a investigar y narrar hechos históricos, sabemos que; un pueblo sin historia, es igual que una persona sin pasado, pierden su señas de identidad y se convierte en mescolanza de ideas venidas, de sabe Dios donde.
Seguimos hablando de las incursiones hispanas en Gran Bretaña. A este efecto, debemos recordar que en el año 1066, el normando Guillermo el Conquistador, les aplicó un severo correctivo en Hastings, al sur de Londres, batalla que quedó reflejada para la historia en el famoso tapiz de Bayeux.
Durante unos cuatro siglos, que van desde mediados del XIV hasta entrado el XVIII, primero los castellanos y más tarde la Corona española, visitaron con una frecuencia sostenida y muchas veces contundente, a los arrogantes isleños del otro lado de Canal de la Mancha.
Los británicos recuerdan con risas y carcajadas aquella brutal derrota que sufrimos con nuestra Armada Invencible, en la batalla de Trafalgar. Pero olvidan sus derrotas, -que no son pocas- frente a los ejércitos españoles de diferentes épocas. Ni que decir tiene, que la historia oficial de los británicos aplica una severa cortina de silencio o “Damnatio Memoriae” sobre los hechos irrefutables de las diferentes invasiones y desembarcos acontecidos, para así no perjudicar su imagen de inexpugnables.
Alejándonos en el tiempo, concretamente en 1373, el almirante castellano Sánchez de Tovar montaría en cólera tras la quema por la flota inglesa del conde de Salisbury de siete naves mercantes castellanas ancladas en la rada de Saint-Malo en marzo de dicho año, tras pasar a cuchillo a las tripulaciones de todos los barcos. Lo descrito anteriormente, aconteció en el periodo de la Guerra de los Cien años. Esta provocación inglesa supondría a posteriori el saqueo e incendio del puerto de Londres en un memorable y audaz ataque de este ilustre marino.
Pero el botín incautado, se hubo que devolver casi en su totalidad a las frías aguas del Canal de la Mancha, como consecuencia de una tormenta sobrevenida. Tal era la magnitud de lo embarcado, que el agua del tempestuoso mar desafiaba los más elementales principios del sabio griego, Arquímedes.
Pasarían un par de centurias para volver a las tragedias. Esta tragedia tuvo su origen en la “Felicisima Armada”, también llamada “Empresa de Inglaterra”, aquella para la que el manco de Lepanto recaudo, por orden real, cuanto trigo y enseres se pudo con el fin de llevar a buen puerto, tan distinguida amenaza.
Una vez se consumó la tragedia, los ingleses con el humor ácido que siempre les caracterizo, llamaron a la Armada, la “Armada Invencible”, y así nos quedamos con el nombre.
La derrota de la Armada española, supuso la pérdida de la cuarta parte de las naves a manos de las fauces atlánticas en aquel desafortunado tiempo desatado. El imperio español habría tenido la oportunidad de destrozar a la armada inglesa en Plymouth de haber seguido las instrucciones del almirante vasco Juan Martínez de Recalde, segundo comandante de la Armada, el cual posteriormente, intentaría nuevas acometidas.
En 1595, el abulense Juan del Águila y su segundo, el capitán vizcaíno Carlos de Amézqueta, en un arrebato más que temerario y que ha pasado a los anales de la historia militar de todos los tiempos, decidieron pegar fuego a media docena de ciudades en la costa suroeste de Inglaterra. El resultado se saldó con la incautación de todo lo que tuviera algún brillo, de la cerveza acumulada en tinaja y pellejo.
En el otoño de ese mismo año, una nueva fuerza superior a la de la Armada de 1588, se ponía en marcha con la clara intención de llevar a cabo el propósito de invadir las islas británicas. Más de 160 barcos diseñados con alto bordo y bien artillados, y con una marinería bien entrenada, ponían sus miras en la gran empresa que venía resistiéndose desde hacía años.
Hay que recordar que antes de que se armara esta segunda flota, cerca de dos millares de náufragos de la infortunada armada, habían arribado -que no invadido–, de forma dislocada y arbitraria, a Irlanda y Escocia luchando con diferente suerte contra fuerzas abrumadoramente superiores. Los irlandeses, muy dispuestos y afines a la causa católica, albergaron y escondieron a muchos de ellos.
Nuevamente, las tormentas frustrarían la operación española, aunque en esta ocasión no se produjeron ni las pérdidas humanas ni las navales de la ocasión anterior. Sin embargo, siete navíos conseguirían llegar a Falmouth para desembarcar a 400 soldados que se atrincheraron en la zona en posición de combate. Transcurridos unos días, y tras comprobar que la invasión se había frustrado y que los refuerzos no llegaban, reembarcaron. Se podría calificar de desembarco fallido, pero allá estuvimos. El golfo de Vizcaya se mostraba una vez más como una fiera abisal e indomable.
La guerra de resistencia de los irlandeses y finalmente el Tratado de Londres, muy beneficioso para nuestras armas, saldaría favorablemente para los peninsulares la Guerra anglo-española. Probablemente habría que haber rematado, pero fuimos generosos.
Jorge. Narrador de la Historia. 2022
