HISPANIA
Una de las zonas peninsulares en donde la huella del Medievo ofrece mayor interés es sin duda la que constituyó la frontera entre Aragón y Castilla; desde el punto de encuentro de ambos reinos con Navarra, al norte de Agreda, hasta las costas mediterráneas entre Murcia y Alicante. Zona cuyos límites se fueron fijando laboriosamente por diversos tratados al compás del avance reconquistador de ambos reinos, pero pese a ello nunca plenamente definidos, y sometida a fuertes tensiones de una y otra parte que la hicieron escenario de la aparición de importantes estados «tapón» de tipo señorial como Molina de Aragón, Albarracín y Villena, de una comarca castellana con denominación tan curiosa como la «Mancha de Montearagón» o de una «isla» aragonesa en territorio castellano como fue calificado el señorío de Caudete.
Aun en tiempos de paz, los robos, escaramuzas y rapiñas a uno y otro lado de la frontera, la fabricación de moneda falsa, así como las cortapisas por parte del rey aragonés de trasportar madera castellana por ríos aragoneses cercanos a la frontera como el Guadalaviar eran frecuentes.
Pero los momentos más graves para las poblaciones fronterizas fueron los de las confrontaciones bélicas entre los dos Reinos, o entre ambos y los señoríos limítrofes, que las afectaron de un modo particularmente negativo. Así sabemos por ejemplo del daño «grande» que hizo en 1284, el noble castellano don Juan Núñez de Lara en las comarcas de Teruel desde Albarracín, como señor que era de este último. Poco después, en 1289, la Crónica de Sancho IV de Castilla relata la entrada de este rey por Agreda hasta Tarazona, desde donde «fizo fazer muy cruda guerra en el reino de Aragón, matando, robando, quemando, cortando las olivas e los árboles e poniendo fuego a toda la tierra» hasta la ribera del Ebro.
Aún en tiempo de tregua en la guerra Aragón-Castilla en 1296, se quejaba Jaime II de Aragón al merino mayor de don Juan Manuel «contra la rapiña de algunos de sus hombres al asaltar a ciertos vecinos de Murcia (recién ocupada por el aragonés) que transitaban por sus tierras con bestias cargadas de trigo, escanda, granos, paños y otras mercancías, sin atender a que, en virtud de la tregua vigente, unos y otros debían disfrutar de seguridad en sus movimientos».
Conflicto particularmente devastador fue el iniciado en 1356, «Guerra de los dos Pedros » . La guerra fue dura desde sus inicios en que se registran ya mutuas invasiones. Zurita consigna que «los de Molina entraron en Aragón corriendo y talando los lugares y aldeas de Daroca, y quemaron dos que se dicen Ojos Negros y Blancas». Más al sur, «los aragoneses quemaron más de 50 aldeas y el arrabal de Requena». Al año siguiente (1357) Pedro I de castilla entraba en Aragón talando y destruyendo los campos de Calatayud y Daroca : …«Difundido el pánico en las zonas de contacto, la gente abandona el campo y comienza el despoblamiento en masa de las tierras indefensas, retirándose ganados, víveres y enseres. Todo ello se traduce en un desastre para la economía agrícola y ganadera del país». Poblaciones como Ariza, Aranda y Cetina quedaron pronto arruinadas por las incursiones guerreras». De los efectos demográficos del conflicto con la destrucción de poblaciones y el trasiego de los habitantes pueden darnos idea las instrucciones dadas por el rey de Aragón Pedro IVel Ceremonioso:…” Disponía que si llegaban los enemigos a Munébrega (como sucedió) «se pegase fuego a la villa fuera del cortijo» y lo mismo se hiciese en Bubierca; que los habitantes de Santed pasasen a Jaraba; que se despoblase Bijuesca; que los hombres de Ateca se refugiasen en Ibdes y las mujeres y niños en Calatayud, en donde habían de reunirse también los habitantes de Santos, Sabiñán, Paracuellos y Morata. Se despobló la villa de Alhama, cuyos habitantes subieron al castillo, y asimismo se despoblaron Cervera, Añón y la mitad de Torrijo”. La guerra se prolongó como es sabido, aun después de terminada la guerra civil castellana en 1369, hasta 1375, época en que las poblaciones castellanas de Molina, Cañete y Moya se pasaron a la obediencia del rey de Aragón. En Aragón se recogieron los ganados y se sacaron de las fronteras; y Pedro IV ordenó al gobernador de Aragón hiciese segar los «panes» (trigales) y llevarlo todo a las fortalezas.
En 1374 serían el conde de Medinaceli y otros castellanos quienes penetrasen devastando por la comarca de Molina, entonces aragonesa. Y al firmarse la paz en 1375 con la devolución de Molina a Castilla se ofreció a los vecinos de esta villa que lo deseasen la posibilidad de irse a Aragón. No sólo la invasión extranjera, sino también el mantenimiento del propio ejército y las requisas y desmanes de las guarniciones dañaban la economía de las poblaciones fronterizas. Hubo quejas de que los capitanes de la frontera se habían apoderado sin pagar nada de las provisiones reunidas en los castillos aragoneses de Ateca, Alhama y Bubierca; y Pedro IV hubo de atender a la reclamación de los hombres buenos de las aldeas de Calatayud sobre la devolución del ganado que el gobernador de Aragón les mandara requisar. En Ariza los capitanes de la guarnición se apoderaron de 6.790 ss. que se negaban a devolver, por lo que el rey de Aragón mandó que se descontasen de sus pagas. No menos perjudiciales fueron las contiendas castellano-aragonesas del s. XV. En 1429 Juan II de Castilla «envió mandar a todas las villas de las fronteras que hiciesen guerra cruel en los reynos de Aragón e Navarra» cuyo resultado fueron grandes daños e talas e quemas». Poco después el propio rey, acompañado del condestable D. Alvaro de Luna, entraba en Aragón por Ariza, que era la primera villa pasada la frontera; ante lo cual «se despoblaron todos los lugares de la frontera que no eran defendederos» «e la mayor parte de la villa fue quemada». Rehecha de nuevo la villa en 1475 sufriría el ataque del conde castellano de Medinaceli (en guerra con el aragonés señor de Ariza), cuyos hombres talaron la vega y quebraron los molinos. No tardó en reaccionar el rey aragonés Alfonso V quien, partiendo de Calatayud, tomó la soriana Deza por sorpresa, llevándose a moros y cristianos; y aunque a éstos los soltó luego, fue con la condición de que no volviesen a Deza. La villa fue saqueada «haciendo mucho mal e daño; e créese que se llevó más de diez mil cargas de trigo y cevada, e muchos muebles e ganados de los vecinos de aquella tierra». Años después, en 1447, las turbulencias del infante D. Juan, rey de Navarra, que acabaron arrastrando consigo a Aragón, devastaban los pueblos de una y otra parte de la frontera. Avanzando por tierras de Soria «los robos que los del rey de Navarra hacían destas fortalezas todo lo llevaron a vender al reyno de Aragón e eran allí acogidos»; por lo cual el alcaide de Peña del Alcázar tomó «la fortaleza de Verdejo que es en el reyno de Aragón, frontero de Castilla», con lo que atajó «el paso de los robos que se hacían desde Atienza e los traían a vender al reyno de Aragón». Otros puntos fronterizos más al sur fueron pronto afectados. En 1449 los castellanos de Molina intentaron robar los ganados de Cutanda, Rubielos, Cossa y Bañón. D. Juan de Luna, capitán general de las fronteras de Daroca, hubo de poner gente de guerra en Torralba de los Frailes, muy próximo a la frontera, desamparado por su población. Y en el mismo año entraban por Requena y Utiel en Castilla «gente del reino de Aragón, que serían doscientos de caballo e quinientos peones… e robaron ende hasta doce mil cabezas de ganado menor». Balance de los efectos de esos años de confrontaciones bélicas es el resumen de la situación que la embajada aragonesa a Napóles, en 1452, exponía a Alfonso V reclamando su presencia:… «Grandes despoblaciones de lugares en las fronteras, señaladamente en tierra de Teruel y Albarracín y en las comarcas de Daroca, Calatayud y Aranda, y ya no se labraban ni cultivaban las tierras: y no solamente se había seguido este estrago de los enemigos, pero de la gente de armas que estaban en servicio del rey de Navarra y de los que residían en las guarniciones… y se les sufrían sus insultos y robos porque no recibían gajes ni sueldo alguno». Además se había gastado «en rescates de prisioneros cuatrocientos mil florines» y había cesado «el trato y comercio de Castilla y Navarra».
El archivo de Daroca, según J.L. Corral, guarda documentación de la Concordia llevada a cabo en 1449 para acabar con estas depredaciones y estado de inestabilidad, dos territorios fronterizos que durante trescientos años venían sufriendo los enfrentamientos entre ambos reinos; la Comunidad de Aldeas de Daroca y otros lugares fronterizos aragoneses, por un lado, y la villa y Comunidad de Molina y otras aldeas castellanas, por otro lado, firmaron un acuerdo con la intención de pacificar la frontera, según el cual:… «por el momento y por un plazo de quince meses, no se provocarían daños mutuos, se permitiría el libre tránsito de personas en ambos reinos, se perseguiría a los delincuentes independientemente del reino donde hubieran cometido el delito, se garantizaba el tránsito libre de mercancías, se perseguía a los que causaran daño en cualquiera de los dos lados de la frontera y se aprobaban los derechos a la defensa». Esta Concordia no aparece entre los numerosos tratados de paz entre ambos reinos a lo largo de la historia, porque fue iniciativa de los Concejos de las dos localidades sin intervención ni firma por parte de los reyes de los respectivos reinos.
Así afrontaba esa zona singular del territorio hispano el tránsito a la Edad Moderna, que llevaría aparejado el fin de su condición fronteriza, bien que durante la época de los Austrias y aún hasta la posterior extinción de los señoríos en el s. XIX conservase alguna que otra de las características del pasado.
Fuente: FRANCISCO DE MOXÓ Y MONTOLIU. NOTAS SOBRE LA ECONOMÍA FRONTERIZA CASTELLANO-ARAGONESA EN LA BAJA EDAD MEDIA.
Foto Portada: Daroca, población fronteriza, puerta baja.