Un 14 de Diciembre pero de 1911,
Felipe de Jesús Estrada Ramírez.
Cronista de la Ciudad…

Ese 14 de diciembre, Amundsen y sus hombres fueron los primeros seres humanos que pisaban el polo sur. A pesar de ello, el explorador confesaba: «nunca he conocido a ningún hombre colocado en una posición tan diametralmente opuesta a la meta de sus deseos». Desde la infancia había sentido una extraordinaria atracción por las regiones árticas y por el mismo polo norte, «y aquí estaba yo», admitía, «en el polo sur. ¿Se puede imaginar algo más al revés?».
Dos años antes, Amundsen adquirió fama en el mundo de la exploración polar por ser el primero en navegar del Atlántico al Pacífico por el legendario Paso del Noroeste, la ruta marítima que une ambos océanos a través de las aguas heladas de Norteamérica, una travesía que le llevó tres años.
El explorador noruego mantuvo sus planes en secreto para no alertar a la expedición comandada por Robert Scott, que había puesto rumbo al mismo objetivo en julio de 1910 a bordo del buque Terra Nova. Animados por los éxitos de su compatriota Ernest Shackleton –que en 1907 se había quedado a 180 kilómetros del polo sur–, los británicos estaban seguros que esta vez lograrían su objetivo y engrandecerían el prestigio del Imperio Británico en la historia de los descubrimientos. Desde entonces fue una intensa rivalidad entre Amundsen y Scott, por lograr la hazaña.

En una escala en Australia, el 12 de octubre, Scott leyó un escueto telegrama enviado por Amundsen: «Me dirijo a la Antártida». De esta manera comenzaba de manera oficial la competición por ser el primero en pisar el polo sur. Cuando ambas expediciones llegaron a la Antártida, en enero de 1911, establecieron sus bases apenas a 800 kilómetros de distancia y se dispusieron a esperar la llegada de mejores condiciones en la primavera austral para partir hacia su objetivo.
Atormentado ante la posibilidad de que Scott se le adelantase, el 8 de septiembre Amundsen decidió que era el momento de partir rumbo al polo sur sin esperar si quiera la llegada de la primavera. El clima parecía mejorar y el termómetro había subido hasta los 20 grados, pero fue un espejismo. Cuatro días después anotaba en su diario: «Martes, 12 de septiembre. Poca visibilidad. Brisa desagradable del S. -52 °C. Los perros claramente afectados por el frío. Los hombres, tiesos dentro de la ropa congelada, más o menos satisfechos tras una noche en el hielo […]. Pocos visos de un tiempo más clemente».
Amundsen decidió «regresar sin demora para esperar a la primavera. Arriesgar hombres y animales obstinándome en seguir en camino es algo que descarto por completo. Si pretendemos ganar la partida, debemos mover las piezas adecuadamente; un movimiento en falso y podría perderse todo».
Esta salida fracasada se saldaría con la pérdida de valiosos perros y la congelación en los pies de sus hombres. Mientras regresaban precipitadamente a su base. «Esto no merece llamarse expedición. Es pánico», dijo a Amundsen el explorador más experimentado del equipo, Hjalmar Johansen. esta censura le costaría el puesto en el grupo que finalmente partiría en busca del polo.


El viaje de 1.300 kilómetros se emprendió por fin el 20 de octubre, con Amundsen y sus cuatro compañeros sobre esquíes detrás de cuatro trineos, cada uno de ellos con una carga de 400 kilos y tirado por 13 perros. Por delante, un arduo camino por un territorio desconocido a través de (y a veces con una caminata extenuante) grietas glaciares, bordeando los abismos y el hielo de las montañas de la Reina Maud y ascendiendo a la meseta polar, con una meteorología imprevisible. Pese a todo, los noruegos llegaron a su destino según el programa y sin incidentes reseñables. «Y así alcanzamos por fin nuestro destino –escribió Amundsen el 14 de diciembre de 1911–, y clavamos nuestra bandera en el polo Sur geográfico, la meseta del rey Haakon VII. ¡Gracias a Dios!».
La expedición pasó tres días en el lugar y antes de abandonar Polheim (nombre que dieron los hombres al campamento que levantaron en pleno polo), Amundsen dejó una misiva para el rey de Noruega, Haakon VII, «y unas líneas para Scott, quien presumo será el primero en llegar después de nosotros». La carta garantizaba que se conocería su éxito si ocurriese una desgracia. Que Scott custodiase con honor la carta probaría el éxito de Amundsen.

De regreso, los hombres abandonaron las provisiones sobrantes (algunas de las cuales recuperaría agradecido el equipo de Scott). A primera hora del 26 de enero de 1912, los triunfadores polares llegaron al campamento base.
En mayo de 1928, el dirigible de la expedición italiana de Nobile desapareció sobre el Ártico. Amundsen, que tenía 55 años, se sumó al equipo de rescate internacional, apremiando a sus amistades a costear los gastos de un avión de salvamento. El 18 de junio, él mismo embarcó en un hidroavión Latham 47 que despegó de la localidad lapona de Tromsø. El avión iba cargado hasta los topes y levantó el vuelo con dificultad, los pilotos de la aeronave llevaban volando tres días sin apenas dormir y no había viento, presagio de bancos de niebla estival y visibilidad peligrosa hacia el norte. La aeronave fue avistada por última vez las cuatro de la tarde abandonando la tierra firme y dirigiéndose hacia el hielo.
Poco después se encontraría cerca de la costa de Tromsø un flotador del hidroavión. El cuerpo de Amundsen y del resto de tripulantes nunca fue hallado. Nobile, en cambio, fue hallado con vida y rescatado poco tiempo después.