- El tenista serbio se impone al español en una final épica, que se resolvió con dos tie breaks: 7-6 (7-3) y 7-6 (7-2)
No hace ni un mes, Carlos Alcaraz barría de la hierba de Wimbledon a Novak Djokovic. En la hierba donde había triunfado el serbio hasta en siete ocasiones se vio arrollado por un joven de 21 años. Se lo apuntó.
En París, sobre tierra batida, el tenista más laureado de la historia ha podido vengarse y alzarse con el único logro que le quedaba por alcanzar, la medalla de oro olímpica. Con un marcador de 7-6 (7-3) y 7-6 (7-2) consigue algo por lo que llevaba peleando toda una vida.
En uno de los momentos, sin duda, que pasarán a la historia de los Juegos Olímpicos, el tenista serbio ha terminado emocionado después de disputar uno de sus mejores partidos en su carrera. Solo así era posible en este 4 de agosto doblegar al excelso Alcaraz.
Nivel de tenis extraterrestre en la Philippe-Chatrier
Los cuatro primeros juegos mostraron a las claras el nivel que se iba a ver en la final. La Philippe-Chatrier se pellizcaba para comprobar que ese partido era real y no un sueño.
Djokovic era consciente del rival que tenía enfrente y de dónde estaban, pero no se iba a dejar imponer ni por el ambiente ni por el rival. Hasta tres bolas de break de Alcaraz supo desbaratar para amarrar el quinto juego (3-2).
Se cumplían 50 minutos de partido cuando Alcaraz cerraba el juego en blanco a su favor para subir el 4-4 al marcador. Era el momento del partido ese saque de Djokovic que venía a continuación. Lo sabía Carlos, que llegó a generar hasta cinco bolas de break, pero lo sabía también Novak, que se acabó llevando un quinto juego que duró 15 minutos (5-4).
La igualdad imperante en el set se vio abocada a resolverse en el tie-break (6-6), una anunciada montaña rusa de emociones.
Djokovic, el mejor en los momentos del todo o nada
En ese desenlace Djokovic fue capaz de romper en el séptimo punto el saque del español, con eso bastó: 7-3.
En el descanso Novak prefirió ir al vestuario, Carlos escogió digerir lo sucedido en el set sentado en el banco. Se habían desgastado durante más de hora y media. Alcaraz buscaba con la mirada a Ferrero, que había volado desde España para presenciar la final, había que ganar sí o sí la segunda manga.
El segundo set fue un calco del primero en cuanto a igualdad y tensión. Cada tenista aseguraba su servicio costara lo que costara. Había que saber mantener el elevado nivel y además aislarse de una grada que bullía con cada punto.
1-0, 1-1, 2-1, 2-2… y así hasta el improrrogable 6-6. Ambos afrontaron el segundo desempate de la final después de sumar sus juegos al servicio en blanco, una muestra de lo especial del partido.
En ese duelo definitivo al sol, Djokovic demostró qué clase de jugador ha sido, es y será. Un auténtico tiburón que en el momento que huele la sangre, ejecuta: 7-2.
La historia del deporte ha tenido grandes figuras que durante su carrera brillante de éxitos han perseguido una y otra vez, cada cuatro años, el alzarse con una medalla de oro olímpica (Pete Sampras o Dirk Nowitzky, entre otros). Djokovic lo ha perseguido y lo ha conseguido con total merecimiento. Roland Garros, París y el mundo entero está a sus pies.