Manuel Recio Abad.– suiteinformación.- Los albores del pasado siglo dejaron huellas indelebles recogidas en frases de odio, persecución y violencia. Duró hasta finalizada la quinta guerra civil española de tres años de duración, de 1936 a 1939 y que además de asolar nuestra nación, lo hizo también con las conciencias de quienes vivieron de cerca la muerte entre hermanos y la sinrazón de este pueblo pacífico y belicoso a la vez.
La errónea implantación de la utópica ideología marxista en Rusia, con su revolución de 1917, fue el pedernal que hizo saltar la chispa para que el mundo ardiese. El error de cálculo de Carlos Marx consistió en que su teoría explicaba que el movimiento obrero de los países capitalistas más poderosos, ricos e industrializados, provocaría una serie de revoluciones con la finalidad de que la clase obrera alcanzara el poder para dárselo al Estado. En 1917 Rusia se encontraba a mucha distancia de ser uno de esos países ricos llamados a eclosionar.
Alcanzado el poder e instaurados en él los Sóviets, el afán expansionista de esta perversa teoría aún subsiste en colisión con el liberalismo, la libre empresa y el respeto a la propiedad y la libertad individual.
Poco a poco el marxismo ha ido impregnando las democracias occidentales en las que juega con ventaja: aquí se les respeta y permite organizar partidos en base a su ideología destructiva, pero en los países donde alcanza el poder sólo se autoriza a una sola formación, la suya. Así degradan la política en los regímenes democráticos, demostrando no serlo en absoluto y acudiendo a todo tipo de actos violentos cuando las cosas les vienen mal dadas.
Para la ideología de la revolución todo está permitido cuando se trata de alcanzar el poder o conservarlo.
Las guerras son inevitables cuando la gestión política además de deplorable, crea las condiciones óptimas para que estas estallen. No sólo países asolados por el terrorismo, dirigidos por el afán anexionista de un perturbado, o la hambruna, desembocan en guerras. Ahí está la historia.
Lo perfecto es enemigo de lo bueno y en política hay que saber tener mesura y una enorme capacidad e inteligencia para hacer cambios a mejor. El país perfecto no existe, pero si hay ejemplos de haber alcanzado un altísimo nivel en prestaciones para la ciudadanía, seguridad, trabajo, etc.
El tan peligroso juego ya conocido, consistente en dividir en dos a la población de un país, nunca ha dado buenos resultados. Fomentar el odio de clases y fabricar la política del todo vale para alcanzar el poder y más tarde mantenerlo a toda costa, debería ser tipificado como delito de lesa majestad.
Intentar controlar a la administración de justicia, sus órganos, tribunales, la fiscalía, los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado es lo que caracteriza a los regímenes totalitarios que imponen las dictaduras social comunistas.
Pasan los años pero no sus modos y maneras. Cuando por errores propios cometidos se sienten amenazados, vuelven los puños en alto y la Internacional a sus bocas, la misma que Hitler y Mussolini entonaban antes de inventar sus dos nuevas modalidades de socialismo: el nacional socialismo y el fascismo.
¿Qué será lo próximo después de amenazar a jueces, periodistas, rivales políticos? ¿Estamos condenados, después del espectáculo de ayer en Ferraz, a ver de nuevo sacar a seres inocentes de sus casas o centros de trabajo a punta de pistola? Dimita Sr. Sánchez y permítanos a los españoles vivir en paz, con tolerancia y respeto, sin miedos, muros ni coacciones, como ya lo hicimos en democracia antes de la llegada al poder de su nefasto valedor el Sr. Rodríguez Zapatero. Entre todos le pagamos la mudanza.