Armando Robles. suiteinformación.- Querido presidente Trump: era imperativo dirigirle esta carta luego de las críticas contra usted encabezadas por el tipo que a base de traiciones y felonía, se hizo con la Presidencia del Gobierno de España. El odio que este despreciable felón, personificación del Mal en toda su extensión, intenta desatar contra usted, nos hace merecedores de los más severos correctivos económicos de la que su administración nos haga justos receptores. Es hora de que los pueblos asuman y sufran en carne propia el principio de la responsabilidad compartida cuando se vota mal y a contrapelo del más estricto sentido de la dignidad nacional. Por consiguiente, los españoles no tenemos ningún derecho a reclamarle a usted la conmiseración con nuestras exportaciones cuando sostenemos al frente de la más alta institución política del país a un villano sin otra moral ni otros principios que mantenerse en el poder.
No dude, presidente Trump, que el fin que persiguen dirigentes tan canallas como Pedro Sánchez es su remoción como líder de Estados Unidos. Pretenden alterar el curso de la voluntad popular, mayoritariamente conforme con sus medidas antiglobalistas. No le perdonan que usted haya permanecido fiel a los ideales que dan sustento y razón de ser a nuestra identidad colectiva. Usted tuvo el acierto de conectar con el alma de su pueblo, sin recetas ideológicas ni fingidas proclamas morales, para hacer lo que exigía la gravedad del momento, sin mentiras ni medias tintas. En compensación, usted tiene el apoyo mayoritario, casi abrumador, de los descendientes de aquellos que construyeron el mundo en el que ahora vive Estados Unidos, los que le dieron la sabiduría, la ciencia, la auténtica moral guerrera, heroica, noble y fiel del cristianismo y no la de Europa que es débil, hipócrita y cobarde. La clave de su éxito ha sido su comunión con el pasado, su búsqueda de las raíces que hicieron grande, muy grande, no sólo a su país sino a todo el occidente cristiano. Usted ha defendido siempre la mejor tradición norteamericana porque sabe que en lo antiguo está lo genuino, lo puro. Actualmente la palabra modernidad está asociada a los degenerados; y la élite woke lo sabe. Por eso se apoya en personajes como la depravada Kamala Harris, cuyo fin no era otro que conducir a los norteamericanos a un pozo negro de mentiras, egoísmo, materialismo, falta de fe y aberraciones contra la naturaleza, que es lo más sabio y bello que hizo Dios en este mundo.
Lo que dirigentes europeos como Pedro Sánchez intentan promover contra usted no es ajeno a lo que la terminología clásica definió siempre como un proceso golpista, al pretenderse deslegitimar el resultado de las elecciones de noviembre mediante el rechazo programado a su acción de gobierno. Usted le ha dado a los eurodescendientes norteamericanos un regalo de dignidad. Por eso lanzan contra usted a los colectivos más infectos e infames de la sociedad estadounidense, desde los antifas a los raperos, a personas cuyas vidas carecen de valor vital alguno, a toda la escoria social con la que se pretende harlemizar a la América del country y de Mark Twain.
Usted ha tenido el aplomo de permanecer sereno, aún cuando intentaron por tres veces acabar con su vida y a pesar de contar con el apoyo, incluso armado, de decenas de millones de norteamericanos que sienten como propia cualquier ofensa a su persona.
Frente a enemigos como Sánchez, su liderazgo nos es más imprescindible que nunca. Porque si usted sucumbe, nuestro mundo se desmoronará bajo la presión del Mal y la desesperanza. El mundo construido por nuestros ancestros no nos puede ser arrebatado ni sometido a un proceso de silencioso genocidio. Ese genocidio ya ha comenzado en Europa. En España ya apenas nacen niños autóctonos y se pretende poner nuestro crecimiento vegetativo en manos de personas provenientes de sociedades desestructuradas y fracasadas.
Su llegada a la Casa Blanca nos devolvió la esperanza. Con un estilo fuerte y descarado, usted está cumpliendo lo que predicaba en campaña. Con usted se ha abierto la posibilidad de fracturar de un solo golpe el nudo gordiano del globalismo. Por eso no cambiaría su preciosa vida por las de todos los representantes estamentales de mi país.
Los millones de niños, mujeres, ancianos y hombres europeos que han sido lobotomizados por sus pútridas naciones europeas para venderles su alma a entidades supranacionales, serán libres el día que encuentren al hombre providencial que, como usted, recupere la moral de occidente y obligue a los tiranos mundiales a devolverles la humanidad a sus ciudadanos. Usted ha devuelto a millones de estadounidenses el orgullo racial y somos muchos quienes, desde este lado del Atlántico, desearíamos que nos entregara también a nosotros la llave de la libertad.
Su triunfo en noviembre, señor presidente, fue el triunfo de la dignidad y de la decencia, el mejor tributo a la sangre generosa y fecunda derramada en Lexington, en Appomattox, en Guadalcanal, en Hué, en Kandahar…
Me temo sin embargo que será larga la lista de zancadillas y trabas que tendrá que soportar. Pese a las dificultades, lo imposible no tiene cabida en los hombres de fe. Jamás hubiésemos podido imaginar que pudieran realizarse campañas de tal envergadura contra el presidente de los Estados Unidos de América. De usted subrayamos el mérito de tener tan rabiosamente en contra a tantos y tan grandes canallas. Por eso su entereza debe permanecer en lo más alto. Usted tiene la inmensa responsabilidad de evitar una América globalizada. Eso significa tener que seguir tomando medidas que sirvan de muro de contención contra el progresismo destructor de los pueblos de raza blanca y también contra la corrupción política y científica.
La Providencia puso en sus manos la tarea de impedir los perversos planes de las altas esferas para acabar con la América que sale al encuentro de su alma en cada iglesia, en el trabajo colectivo de cualquier comunidad rural, en el fuego del hogar que aglutina a las familias, en cada canción country, en la fuerza de la razón y también en la razón de la fuerza. Su gigantesca tarea nos concierne a todos. Del resultado de su lucha contra los poderes mundialistas, contra sus títeres occidentales, promotores del ateísmo, el multiculturalismo, las ideologías de género y la disolución de las identidades nacionales, dependerá nuestro destino histórico. Por eso no hay tarea más importante que tengamos por delante que la de servir de contrapeso a la descomunal fuerza a la que usted se enfrenta a diario.
La envergadura de su proyecto antiglobalista es de tal calado que ya ha obligado a los poderes más siniestros de la tierra y a sus tontos útiles a desprenderse de sus caretas y mostrarnos sus verdaderos rostros. Y ahí los tenemos, encabezados por Pedro Sánchez, tratando de someternos a la tiranía del pensamiento único.
A usted no le perdonarán nunca que millones de estadounidenses y europeos por fin se hayan dado cuenta de que la civilización Occidental y la raza blanca están en serio peligro. A usted no le perdonarán nunca que haya animado a un voto que llevaba dormido más de medio siglo. A usted no le perdonan que represente una extraordinaria oportunidad para cambiar el sistema. Las batallas que hoy gane en Estados Unidos serán los principales avales con los que contaremos los europeos para dar el vuelco a un continente en trance de agonía.
En este contexto, apoyarle en estos decisivos momentos era una exigencia moral. Quieren acabar con usted porque representa el liderazgo político y el magisterio moral que a todos nos advierte: cuando las sociedades declinan, se incrementan las peores taras del individuo. El vacío dejado, el sitio desertado por unos hombres reblandecidos y amorfos al punto de no tener ya de hombres ni las ideas, ni las actitudes, ni el carácter y apenas la apariencia (y no siempre) permite a los malos reinar por fin. Cuando las sociedades se transforman en rebaños destinados al matadero, suena entonces la hora del desorden y de la confusión.
Reciba usted mi admiración, respeto y afecto, mi querido presidente.