Alberto Barciela. Suite Información.- En este Día de la Hispanidad, nos adentramos en la esencia de una tierra y un pueblo que han marcado la historia del mundo. Con la audacia de quien se sabe heredero de una tradición milenaria, escribo este texto en una madrugada de insomnio, buscando la reflexión y no la diatriba. España, alegre y mística, se mira en un espejo donde sus desafíos no son circunstanciales, sino que emanan de un carácter endogámico, pluricultural y latino. Su mayor tesoro reside en su variada riqueza histórica, cultural y económica, esa misma que la elevó a la categoría de gran imperio. La España real se atisba en sus esencias: libertad, franqueza y un profundo sentido de pertenencia. Un pueblo que, aunque nos tachen de orgullosos y envidiosos, celebra la vida y es insuperable como anfitrión.
A lo largo de los siglos, numerosos autores han intentado desentrañar la esencia del ser español. Desde la antigüedad, con la frase atribuida a Julio César, “Dichosos los hispanos, para quienes vivir es beber”, hasta las reflexiones de Séneca, que encontró su camino lejos de España. Ya en el siglo XIX, Joaquín Bartrina (1850-1880, escritor español) ironizó con nuestra afición a la autocrítica al señalar que “si habla mal de España, es español”. Una idea que, a principios del XX, Pío Baroja (1872-1956) llevó al extremo al afirmar que “el territorio nacional se divide en dos campos enemigos irreconciliables”. Esa misma contradicción fue explorada por el Premio Nobel Camilo José Cela (1916-2002), que habló de un “entendimiento a la española”, y por Elías Canetti (1905-1994, escritor y Premio Nobel búlgaro, con sangre española), que nos vio como un “agonizante que pide un confesor”.
Nuestra alma, a veces tan dolorosa como profunda, se esconde en las “minucias españolas”, como la limosna y la propina. Albert Camus (1913-1960), el eterno amor de María Casares, lo vio claro desde el exterior: “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado”. Sin embargo, Julián Marías (1914-2005, filósofo y escritor) nos ofreció una visión más esperanzadora, afirmando que España es “el país más inteligible de Europa”. Aunque Fernando Sánchez Dragó (1936-2023, escritor y periodista) lamentó haber nacido en un país “mal educado”, también nos recordó que “todos nosotros somos círculos concéntricos y en lugar de restarnos, nos suman”. Somos la adición de pueblos y culturas, un mosaico en constante redefinición.
Tuvimos la suerte de Velázquez, Goya, Picasso, Barceló o Antonio López. Alumbramos a San Juan de la Cruz, Baltasar Gracián, Unamuno, Ortega y Gasset, Madariaga, Severo Ochoa y tantos otros. Quizás se hayan ido para volver un día a reinventarnos una España en la que quepan catalanes, vascos, andaluces, gallegos… Cuantos conforman esa cultura universal y mestiza, romana, gitana, celta… que resbala en aceite de jamón ibérico o ensalza a los Princesas de Asturias premiando a los mejores, a Nélida Piñón, hija de la emigración tan española como el exilio.
Somos una tierra de poetas, de locas hazañas cervantinas y sueños calderonianos. La picaresca, la alegría, la intuición y la fuerza nos salvan. Somos una estirpe de pueblos nómadas, herederos de la fábrica genética africana y unidos a América por el Atlántico y la sangre. Nuestro lema, “Plus ultra”, resume nuestra audacia y vocación universal.
Hoy, en el Día de la Hispanidad, celebramos la importancia de Iberoamérica. Nuestra herencia cultural es un tesoro que se desparrama en un planeta que a menudo olvida la riqueza de nuestra lengua y nuestra visión. Hemos sembrado palabras que han crecido inspiradas para censurar nuestros desmanes y celebrar nuestros aciertos. Hemos bebido la vida, la hemos festejado en la vianda y hemos sido navegantes que voltearon el globo. Somos el espíritu de Elcano y la poesía de Bécquer. El justo momento es ahora para establecer una estrategia internacional de marca país, frente a la polarización, y construir la España del respeto, del diálogo y del consenso que nació de la Transición. Una España feliz, que se proyecta como una Europa de vanguardia, y en la que triunfan generaciones como las que representan Carlos Alcaraz, Rafa Nadal o Rosalía, liderando el futuro. Porque, aunque a veces “no sé en dónde está España”, la búsqueda de encontrarla y de definirla es lo que nos mantiene vivos. La sal de la tierra de este país, una combinación de verdad y libertad, sigue intacta.
Viva España. Vale.