REDACCION. Álvaro Filgueira. suiteinformación.- En el fascinante escenario mediático, el Estudio General de Medios (EGM) se erige como el Gran Elector, desvelando las audiencias como tesoros ocultos en la vastedad del éter. Cual elecciones en el reino de las ondas, cada resultado proclamado despierta el clamor de los medios, que se asemejan a partidos políticos celebrando victorias en el recuento.
En esta danza de números, los medios entran en un juego de prestigio, donde todos alzan sus banderas proclamando ascensos triunfales. Es el festín de la popularidad, donde cada emisora y periódico se convierte en un candidato deseoso de mostrar su crecimiento, como si fuera un laurel conquistado en el campo de batalla de las mediciones.
El EGM, oráculo moderno, revela cómo las audiencias dan su voto silencioso a través de dial y pantalla. Los medios, cual políticos en campaña, despliegan estrategias para conquistar corazones y oídos. Así, cuando los resultados emergen, se despliega un espectáculo donde todos son ganadores, recordando la retórica postelectoral donde cada partido se proclama vencedor por razones variopintas.
En este teatro mediático, la audiencia es el electorado, y el EGM, el árbitro que revela las preferencias en el vasto coliseo de la comunicación. Como en los juegos de antaño, donde el vencedor obtenía el favor de los dioses, los medios buscan esa bendición de popularidad que otorga el reconocimiento estadístico.
En definitiva, el EGM se convierte en el escenario donde todos son héroes de sus propias narrativas, donde la audiencia, como el ciudadano en las urnas, elige a sus preferidos. Un juego de luces y sombras donde, al igual que en una elección, todos se alzan con la victoria, aunque sea por un instante fugaz en la efímera gloria de las mediciones.