Manuel Recio Abad. suiteinformacion.- Cercana ya la finalización el próximo año, del primer cuarto del siglo XXI, vivimos en España tal crispación social, que es digna de estudio. No es política esta exasperación, más bien está provocada de forma artificiosa por las izquierdas radicalizadas que hoy nos gobiernan. La pobreza, la discriminación, las situaciones de rechazo o la imposibilidad de acceder a puestos de trabajo bien remunerados ocasionan situaciones injustas de desigualdad social que conforman un excelente caldo de cultivo para vender ideologías y posicionamientos extremos contra un enemigo tan inexistente como imprescindible.
Durante 102 años, entre 1834 y 1936, hubo cuatro guerras civiles: las tres guerras carlistas de 1833, 1846 y 1872, más la guerra civil de 1936. Hasta 1978 la historia de nuestro país fue la de media España contra la otra media. Una inestabilidad política sistémica que impedía un positivo desarrollo socio económico y una convivencia en paz.
Sólo en la Guerra Civil de 1936 a 1939 más de 300.000 militares perdieron la vida a lo que habría que sumar otros 200.000 ciudadanos que fueron ejecutados. Se calcula que otro medio millón de almas sucumbieron en las tres Guerras Carlistas. Unamos a esto el dolor provocado por el hambre y la miseria y que toda la población tuvo que sufrir como consecuencia de estos violentos enfrentamientos. Resulta curioso que la causa nunca fue debida a diferencias o conflictos de raza o religión. Los españoles no estamos divididos entre suníes y chiíes, ni blancos y negros. ¿Entonces que es lo que nos enfrenta y quienes lo provocan? Las ideas, los intereses económicos, las diferencias culturales regionales, los privilegios históricos de antiguos reinos? Nada de eso. El motivo por el cual siempre nos hemos enfrentado es el odio. Ese mal invisible pero siempre presente y de tan fácil aceleración.
Estamos ante una emoción humana tendente y así se manifiesta, a hacer daño a un semejante. Su temporalidad nos salva. La década desde 1975, año del fallecimiento del general Franco, a 1985, quizás haya sido la etapa de mayor reencuentro, reconciliación y olvido que se haya vivido en nuestra reciente historia. No somos tan diferentes como se nos pretende hacer ver de forma interesada por los hacedores del odio. Destruir es más fácil que construir, aunque haya quien no dude en edificar un muro para dividir y aniquilar la sana convivencia. Enarbolar la bandera de la violencia vendiendo la diatriba “0 yo o el caos” es tan antidemocratico como un pelotón de fusilamiento. Igual ocurre con el engaño continuo al votante y en paralelo el incumplimiento de los programas electorales.
No hay democracias a medias. Igual ocurre con las autocracias, pues cuando se inicia su camino ya no hay vuelta atrás. El imperio de la ley es fundamental, sin trampas ni cortapisas, para asentar un sistema de respeto y convivencia, de tolerancia, sin miedos ni odios, respetando al discordante y a los imprescindibles cambios de partidos al frente de sucesivos gobiernos. No hay otra alternativa posible para vivir en paz y hacer que el país crezca y permita la solidaridad como adhesivo de una sociedad sana y dichosa.
Hay otra vía, la del gran engaño, consistente en creerse diferente ante la ley, superior y por encima de todo, en vender un producto político caducado y en desuso, peligroso por violento y personalista, típico de visionarios que sólo siembran verborrea y recogen desgracia, provocando la brutalidad y el sinsentido. No perdamos, por favor, la esperanza de vivir en paz.