Xavi Altamirano. Suite Información.- El presidente ha convertido la polarización en estrategia y la confrontación en su única herramienta de poder, arrastrando al país hacia una tensión que recuerda los ecos más oscuros de nuestra historia.
Hay algo profundamente desolador en contemplar cómo, por pura soberbia y un narcisismo político sin límites, Pedro Sánchez está dinamitando la convivencia que generaciones enteras de españoles construyeron con inteligencia, nobleza y sentido de Estado.
Aquel espíritu de la Transición —el que unió a figuras como Santiago Carrillo, Felipe González, Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo o Manuel Fraga— fue capaz de transformar el enfrentamiento en pacto, el rencor en concordia y la desconfianza en una Constitución ejemplar. Hoy, en cambio, asistimos a la demolición calculada de esa obra colectiva por parte de un líder que ha hecho del enfrentamiento su combustible político.
Sánchez no gobierna: divide. No convence: impone. Ha levantado un afamado muro entre españoles, alentando un clima de polarización que recuerda, peligrosamente, los tonos y los gestos de épocas que juramos no repetir. Su estrategia no es la del diálogo, sino la del desgaste; no busca consensos, sino enemigos. Y ese es el camino más rápido hacia la fractura social, que ya nos ha dejado.
Su historial de mentiras ya roza el esperpento. Promesas traicionadas, giros de guion, alianzas imposibles… todo con un único objetivo: mantenerse en el poder a cualquier precio. Ni presupuestos aprobados, ni estabilidad institucional, ni respeto por el mandato de las urnas. Ha confesado sin pudor que no convoca elecciones porque perdería. Es decir, lo que decidan los españoles se lo pasa por ahí. Todo un demócrata.
Y mientras tanto, el país entero espera, con vergüenza ajena, el resultado de una reunión en Perpiñán (que todos sabemos que es un pueblo catalán) con un prófugo de la justicia, convertido por gracia de Pedrito en árbitro del destino de España. Es la caricatura de una nación: un gobierno que se arrodilla ante quien niega su propia legitimidad.
En la Comunidad Valenciana, la derecha al menos muestra cierta cordura al reconocer los errores de la persona que eligió, cuando vemos en las encuestas la caída de apoyos en torno a Mazón, hasta solo el 16%. En cambio, la izquierda sanchista ha entrado en una espiral de fanatismo que le impide cualquier autocrítica. Todo vale, mientras sirva para sostener al líder en su pedestal, rodeado de mamanabos.
Por fortuna, ya no vivimos tiempos en que los desacuerdos se resolvían con las armas. Pero si algo está quedando claro es que el murito de los coj…. que levanta Sánchez no es una metáfora: es una brecha real, peligrosa y corrosiva. Y si seguimos alimentando esta deriva, el precio será la paz política que tanto costó conseguir.


