Manuel Recio Abad. suiteinformación.– Salvo excepciones parece ser que los regímenes democráticos se van imponiendo por todo el orbe. Suena bien aparentar ser demócrata, aún no siéndolo ni por el forro y esto ocurre en abundancia. Hay democracias plenas y democracias deficientes, regímenes híbridos y por último regímenes autoritarios. Solo el 29 % de la población mundial vive en democracia.
Lo sucedido en Venezuela es la muestra más palpable de la nula voluntad que muchos gobernantes tienen de abandonar el cargo cuando la suma no les da para seguir. Nada hay peor que la amarga sensación de que un voto, tu voto, no es tratado con el respeto debido. La manipulación de los resultados es la antítesis de los valores democráticos, porque significa la instauración de una falsa democracia. Son muchos estados los que gozan de esta forma burda de engañar para alcanzar el poder. Estas acciones minimizan la importancia del ser humano, conculcando todas las leyes ante la más absoluta falta de garantías. La soberanía que impide que países ajenos se inmiscuyan en asuntos internos, es la pantalla perfecta para que el dictador pueda cometer los mayores crímenes sin posibilidad de impedirlos o castigarlos.
La historia está plagada de personajes que, no se sabe por qué motivo, un día decidieron que habían nacido para salvar el mundo. Sin encomendarse a Dios ni al diablo, apoyados por los mediocres de siempre, se hicieron con el poder y entonces pusieron en práctica todo aquello que hace al ser humano lo más parecido a la fiera Corrupia. Hitler, Stalin, Amín Dada, Pol Pot, Mengistu, Habré, Mao Zedong, este último considerado como el mayor genocida de la historia de la humanidad. Mató a 65 millones de chinos, que habían venido al mundo para vivir y tuvieron la mala suerte de ser coetáneos de un patán asesino empeñado en colocarles su particular Revolución Cultural.
Hoy toca en Venezuela, pero ningún país, incluido España, está libre de padecer las manías hilarantes del psicópata de turno. La asignatura pendiente de la humanidad es la de encontrar por parte de las democracias verdaderas un medio de poner fin a las que sólo son simples remedos para que un figurín alcance el poder y ya no exista forma de echarle durante muchos años hasta que provoca una debacle para su país y su pueblo. De un probo y respetable gobernante a un carnicero despiadado sólo va un amasijo de órdenes sin pasar por el filtro de mentes sanas. Lo peor es ver al resto de los mandamases del mundo, apoyados en la baranda observando impasibles, como en país ajeno quien manda dio la orden de detener, represaliar, deportar o matar a seres indefensos que sólo quieren vivir en paz y libertad.