Álvaro Filgueira. Suite Información.- La política tiene memoria, aunque a veces solo se active cuando conviene. Y esta semana, en el Congreso de los Diputados, Gabriel Rufián puso el espejo donde más duele: frente a un Pedro Sánchez que empieza a parecerse demasiado a aquel Mariano Rajoy al que desalojó del poder en 2018. “Esto ya lo vivimos —le dijo Rufián— y usted ganó una moción de censura por esto mismo.” No hacía falta añadir más. La alusión fue tan directa como incómoda: corrupción, responsabilidades políticas y el doble filo del poder.
Rufián refleja certezas.
No hay que compartir el ideario de Rufián —ni su estilo bronco— para admitir que esta vez estuvo certero. Porque más allá de su tono, su intervención dejó entrever dos verdades difíciles de desmontar.
La primera: es inverosímil que Pedro Sánchez no supiera nada de los negocios turbios de Koldo García, asesor personal de confianza, y de José Luis Ábalos, exministro y uno de sus hombres fuertes. “Señor Sánchez —le espetó Rufián—, si estas dos personas compartían horas de coche con usted, vuelos, eventos… ¿de verdad nadie sabía nada?”   La proximidad física y política entre los implicados y el presidente desarma cualquier argumento de ignorancia.
La segunda frase, aún más certera, fue una bofetada de realidad institucional: “Usted dice que en el PSOE, cuando se enteran de una corrupción, la combaten. No. La combaten cuando se entera la UCO.”  Una frase demoledora que resume el deslizamiento ético de un partido que presume de ejemplaridad pero reacciona siempre a remolque de los jueces y las portadas.
Y es aquí donde la ironía se vuelve tragedia: Pedro Sánchez llegó a Moncloa prometiendo regeneración democrática, sustentado en la indignación ciudadana frente a la corrupción del PP. Hoy, con varios casos abiertos, contratos bajo sospecha y su esposa bajo investigación judicial, se defiende tras la presunción de inocencia mientras elude su responsabilidad política directa, la misma que él exigió a Rajoy hace seis años.
Sánchez vs. Feijóo
La tensión llegó a su punto álgido cuando el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, tomó la palabra en la misma sesión de control:
“Sin rodeos, señor Sánchez, usted lo sabía y lo tapó… La corrupción está instalada en el corazón de su gobierno.”  
Feijóo acusa a Sánchez de conocimiento y encubrimiento del caso Koldo durante años, y pone en duda la sinceridad de su destitución de Ábalos y Cerdán: “Cese fue por lo que le dijeron que pasaba, pero también le aforó, porque sabía lo que pasaba en su partido.” 
El presidente respondió con fuerza: calificó al PP como una “enciclopedia de corrupción” y acusó a la oposición de carecer de legitimidad moral, apostando por el “y tú más” y el recuerdo de Gürtel y Kitchen . Pero Feijóo fue más allá, señalando a Moncloa directamente:
“Moncloa está investigada por corrupción… usted tapó la investigación a su esposa.” 
El cruce no fue solo retórico. Retrató a un Ejecutivo debilitado, emparejado en el ataque con un líder popular cuya única estrategia parece ser cuestionar la ética del Gobierno, sin tener reserva moral intacta. Feijóo insistió en que Sánchez “no tiene dignidad para dimitir” y sostuvo que quienes lo protegen se convierten en sus cómplices .
Este rifirrafe puso en evidencia que el jefe del Ejecutivo ya no controla el relato. Está a la defensiva, respondiendo al envite opositor sin ofrecer iniciativas propias.
Futuro político
Pedro Sánchez aún no está imputado, pero es objeto de una investigación que se amplía y podría alcanzar su entorno más cercano, incluyendo a su esposa y altos cargos . En este contexto, su anterior posición moral —la que derribó a Rajoy por “responsabilidad política”— se le vuelve en contra.
No se trata ya de un juicio judicial, sino de una percepción política: la ciudadanía espera claridad, ejemplaridad y, sobre todo, coherencia. Y en estos momentos, Sánchez está en la misma encrucijada en que se encontraba Rajoy en 2018: rodeado por escándalos, sostenido por pactos delicados, y viendo cómo su relato fundador se resquebraja bajo la presión mediática y judicial.