Alvaro Filgueira. SUITEINFORMACION.- El apagón eléctrico del pasado 28 de abril dejó a millones de ciudadanos de España y Portugal sin suministro durante horas. Pero más allá de los datos técnicos, de las especulaciones sobre ciberataques o la sobredemanda fotovoltaica, lo que realmente quedó a oscuras fue algo más grave: la verdad. Una vez más, el Gobierno no ofreció una explicación clara, concreta y creíble. Y ese silencio –o esa niebla informativa– no es una anécdota. Es la confirmación de un proceso más profundo y preocupante: el desgaste del valor de la verdad como pilar democrático en España.
Del 23-F al apagón: un repaso por las zonas oscuras.
La democracia española, nacida con la Constitución de 1978, llegó con una promesa implícita: que la verdad, el acceso libre a la información y la transparencia serían herramientas fundamentales para asegurar la soberanía del pueblo. Pero desde sus inicios, esa promesa ha sido incumplida en momentos clave.
En 1981, durante el intento de golpe de Estado del 23-F, los españoles vivieron otra clase de apagón: el de la información. Durante horas, el silencio mediático se impuso, y las versiones oficiales posteriores –entre ellas la famosa actuación del rey Juan Carlos– han sido puestas en duda por investigaciones independientes, que siguen topando con documentos clasificados o destruidos.
En los años 90, el caso GAL reveló hasta qué punto un Gobierno democrático podía participar en prácticas de terrorismo de Estado mientras lo negaba sistemáticamente ante la opinión pública. La verdad fue arrinconada, ocultada, falsificada. Solo años después, con sentencias judiciales de por medio, pudo reconstruirse parcialmente la historia.
El 11-M de 2004 es otro episodio sangrante. Tras los atentados, el Gobierno de José María Aznar difundió durante horas y días una versión interesada que apuntaba a ETA, a pesar de que todas las evidencias apuntaban hacia el yihadismo internacional. El daño fue doble: se instrumentalizó el dolor de las víctimas y se erosionó de nuevo la confianza en las instituciones.
Una constante: usar la verdad como moneda de cambio
En todos estos casos, y en muchos más –desde los escándalos de corrupción, como Gürtel o los ERE andaluces, hasta la gestión de la pandemia–, la verdad ha sido manipulada, retocada, pospuesta o enterrada. ¿Por qué? Porque se ha permitido que los intereses de partido, las estrategias electorales y los pactos de poder estén por encima del derecho de los ciudadanos a estar informados con rigor y honestidad.
Y no se trata solo de Gobiernos. También los medios de comunicación han jugado, en demasiadas ocasiones, al juego del silencio o del sesgo, por dependencia económica, ideológica o institucional. La línea entre información y propaganda se ha vuelto cada vez más difusa.
El reciente caso de la OPA hostil del BBVA al Banco Sabadell lo demuestra también: cuando una operación de esta magnitud se convierte en arma política entre socios de Gobierno, y las instituciones intentan intervenir no desde la legalidad, sino desde la conveniencia partidista, la verdad vuelve a quedar secuestrada.
El apagón como símbolo
El apagón eléctrico de 2025 es un símbolo poderoso. No solo porque dejó sin luz a buena parte del país, sino porque desnudó un fallo sistémico: la falta de un compromiso serio con la verdad. Nadie explicó nada con claridad. Nadie asumió responsabilidades. Nadie dio la cara con hechos contrastables.
Y lo que es más grave: la mayoría de los ciudadanos asumió el silencio institucional como algo normal. Esa es la mayor derrota democrática.
Sin verdad, la democracia se convierte en una farsa
No puede haber libertad sin verdad. No puede haber participación ciudadana sin información veraz. No puede haber confianza en las instituciones si estas ocultan, tergiversan o manipulan los hechos. Una democracia en la que la verdad no importa está condenada a convertirse en teatro, en espectáculo, en simulacro.
Urge recuperar el valor de la verdad. Urge legislar para que los silencios informativos sean sancionados. Urge una prensa libre y crítica, que no tema incomodar al poder. Urge ciudadanos que no se resignen.
Porque cuando la verdad se apaga, no solo nos quedamos a oscuras. Perdemos el norte.