Manuel Recio Abad. suiteinformación.- España es un país partido, roto en dos desde hace muchos años. Cuando creíamos que esa realidad había pasado, la acción de dos líderes socialistas, Rodríguez Zapatero y Sánchez, unidas a la del podemita Iglesias, ha venido a remover el caldo y hoy por hoy el odio, la incomprensión y el miedo presiden la vida de los españoles.
Todo se ha dicho y escrito sobre la ultima argucia legalista del actual gobierno usando y abusando de la mayoría petarda en el Congreso de los Diputados. La ley de amnistía disfrazada de rara denominación: “Ley Orgánica 1/2024, de 10 de junio, de amnistía para la normalización institucional, política y social en Cataluña”, se aprobó. Solo faltaba ser sancionada por SM el Rey Don Felipe de Borbón y Grecia, que como bien le ha calificado un familiar cercano, es más Grecia que Borbón. Sancionada y publicada, la ley ha entrado en vigor dejando sin castigo a más de cuatrocientos delincuentes que quedarán sin su correspondiente pena, a diferencia de los más de 4.027 mujeres y de los 53.953 hombres que han sido juzgados, condenados y encarcelados sin miramiento alguno por ninguna razón y hoy cumplen en los centros penitenciarios correspondientes. ¿Dónde está la igualdad ante la ley? ¿Unos sí y otros no? Esta vergüenza, que conculca todos los principios generales del Derecho, no hace democracia, ni crea país, ni demuestra decencia alguna por parte de todos los que han colaborado en su desarrollo, aprobación y entrada en vigor.
Después de la Segunda República, la Guerra Civil y cuarenta años entre dictadura y dictablanda, entre los españoles quedaban muy pocos monárquicos. Algunos lo son de cuna, por pertenecer a familias aristocráticas con grandeza y sin ella, pero obligados por tradición y formación a guardar ciega fidelidad al monarca. La burguesía y la clase trabajadora nunca ha compartido esa monserga. Si alguien escucha hoy la afirmación de que el poder se transmite de Dios al Rey, se tira al suelo de la risa. No hay monarquía absoluta más que en ciertos países de regímenes totalitarios de ultra izquierda y algunos de ascendencia musulmana. Pero la gran mayoría de las coronas actuales forman parte de sistemas de gobierno conocidos como monarquías parlamentarias. Los parlamentos con mayorías absolutas o disolutas, como es el nuestro, se arroga todo el poder de representación y convierten la democracia en oligarquía. Ese es el momento en el que se espera que el Jefe del Estado, Capitán General de los tres ejércitos y que tiene encomendada la potestad de sancionar y promulgar las leyes, convocar y disolver las Cortes Generales , convocar elecciones en los términos previstos en la Constitución, y a referéndum en los casos previstos en la Constitución, haga algo.
La justificación dada por el Gobierno de conseguir pacificar y reconducir el afán separatista de los amnistiados, no se va a producir. Siguen por la trocha y no van a cambiar su cerril estrategia. Volverán a la violencia si no se les da todo lo que exigen y lo harán crecidos, partiendo de cero, sin antecedentes penales, mejor pertrechados y teniendo enfrente a unos cuerpos de seguridad desengañados y dolidos por la falta de respaldo de la que han sido objeto. Tendría entonces que intervenir el ejército a las órdenes de quien sancionó una ley que únicamente ha servido para formar un gobierno tan desaprensivo como títere.
Mientras va reduciéndose el amplio grupo de los convencidos de que el mejor presidente de una república sería el rey Felipe y que para eso ya le tenemos como tal.