Pablo Barrón : Llevo muchos años intentando que una de las personas más cultas que conozco, que lleva Galicia y su Cee natal en el corazón y en su único presumir, escriba en alguno de los medios del grupo. Bien es cierto que ya lo tuve en la tele y en la radio hoy se estrena en Suite Información Magazine. Esperemos que este texto no sea el último.
Por: José Manuel Otero Lastres
catedrático y escritor
“Cuando alguien tiene, como me sucede a mí, la tendencia a publicar artículos sobre las cosas que le afectan, el tema de sus comentarios son muy variados». Los que lean lo que escribo saben que bastantes veces me detengo en temas relacionados con la política. Porque la política afecta a todos los ciudadanos y, por tanto, también a mi.
En los últimos años también me ha interesado mucho el tema de la vejez. Aunque me encuentro bien, lo que va dejando el tiempo que he vivido en mi cuerpo, me advierte con toda claridad que camino hacia la senectud. Y eso me lleva a ver a veces cómo los autores que avanzaban hacia dicha etapa vital miran esta etapa de la vida.
Estos días leí un artículo de Fernando Savater en el que deja sentadas dos importantes conclusiones:
Una referida se refiere a un libro de Colette, en su libro “El fanal azul”, en el que describe dice Savater“Que nuestros preciosos sentidos se emboten por culpa de la edad no debe asustarnos demasiado. Escribo ‘nuestros’ pero me predico a mí misma. Yo querría sobre todo que un estado nuevo, lentamente adquirido, no me engañase sobre su naturaleza. Tiene un nombre, y me dispone para una vigilancia, una incertidumbre y aceptaciones nuevas. No es que me alegre mucho, pero «no tengo elección”.
Pero como el artículo se refiere a otro autor que and también por ese trance vital, Luis Antonio Villena y su libro “Miserable vejez». En este libro de Villena señala Savater, al que lo único que le falta en el libro es humor que:
“Las sucesivas viñetas describen convincentes perfiles de lo ya perdido, lo aún deseado, lo irrecuperable». Villena no cede ante esos fastidiosos paliativos que adornan la vejez con supuestos regalos de la edad: los imbéciles no se vuelven más sabios con los años, sólo más chochos. La experiencia, como solemos llamar al poso que dejan los fracasos, no compensa la disminución de la capacidad. De poco sirve aprender, si es que se aprende, cuando ya poco podemos practicar. Lo único irrefutable de la tercera edad es que «ya no hay cuarta, que se cierra el camino de la enmienda y la renovación.”
Sobre la vejez, me permito compartir lo siguiente:
Destaco la rebeldía que hizo García Márquez en su magistral novela «El amor en los tiempos del cólera» (tal vez habría sido más exacto «en los tiempos de la vejez»). Entre las frases que García Márquez dedica a esta etapa de la vida, me permito recordar: «Hay fisuras en la memoria»; se presentan «los signos inequívocos del óxido final»; «la vejez era un estado indecente que debía impedirse a tiempo»; «a esa edad ya está uno medio podrido en vida»; «tentaleando solo entre las tinieblas de la vejez»; «aprendían a no sentir los achaques a fuerza de convivir con ellos en el basurero de la vejez»; «para él fue el rincón más abrigado en la ensenada de la vejez»; «no se pusiera cerca de su aliento porque la vejez era contagiosa», o, finalmente, «el tiempo de la vejez no era un torrente horizontal, sino una cisterna desfondada por donde se desaguaba la memoria».
Junto a este inconformismo radical ante lo inevitable, hay quien se consuela ensalzando idealmente el pasado. En las conocidas «Coplas por la muerte de su padre» Jorge Manrique escribe «cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor», y lo mismo sostiene Gracián cuando dice «en la boca del viejo todo lo bueno fue y todo lo malo es». Ambas no son sino apreciaciones excesivamente favorables del pasado realizadas por quienes o temen el futuro o añoran del pasado la edad que tenían entonces, o se van preparando mentalmente para aceptar de buen grado la llegada inevitable de la muerte. Porque no parece que pueda discutirse que la Humanidad ha progresado constantemente, lo cual sugiere que el presente mejora siempre el pasado.
Finalmente, hay algún autor que evalúa la longevidad de manera objetiva, como el admirable Stefan Zweig, quien en su pieza «Cicerón», de su obra «Momentos estelares de la Humanidad. Catorce miniaturas históricas» escribe: «Alguien realmente sabio debe aprender que la verdadera dignidad de la vejez y de la vida es la resignación».
A mi modo de ver, cuando uno llega a la edad longeva, no tiene que rebelarse contra la vejez ni consolarse pensando que lo pasado fue mejor. Pero tampoco me parece que debamos limitarnos a aceptar pacientemente lo que nos deparen los años que nos queden.
Propongo, por el contrario, una resignación activa, esto es: disfrutar decididamente de todo lo bueno que nos vaya ofreciendo la vida hasta que nos llegue el final. Pero no, como dicen algunos, por sentirse joven (es una frase hueca), sino por conservar un espíritu abierto: hay que estar a favor del espectáculo de la vida impidiendo que el tiempo suture los poros del alma, para que podamos disfrutar intensamente de cada uno de los días del tiempo que nos reste”.