REDACCION. M. Recio. suiteinformación.- El diccionario define la inteligencia como aquella facultad de la mente que permite aprender, entender, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad.
Solo los humanos están dotados de inteligencia.
Walt Disney, principal introductor del animal humanizado, lo hizo con una finalidad puramente empresarial, no cayendo en la cuenta de que esos niños para los que producía sus espectaculares dibujos animados, crecerían y en una preocupante proporción, iban a seguir convencidos de que los ratones, perros y caballos piensan y hablan, olvidando que el instinto animal es el verdadero motor de sus reacciones.
Esa humanización se radicaliza y llega a tal extremo que ay! de aquel que trate un perro como tal, a un caballo como animal de tiro o mate a una hermana rata que, como todas están vacunadas, ya no es posible que transmitan ninguna enfermedad tales como la rabia, la peste, etc. en fin, ante tanta sandez por parte de una proporción considerable de seres a los que se les supone inteligencia, no debería extrañarnos que de ella cuando se usa mal, nazcan toda una serie de respuestas primarias como la antipatía y la aversión hacia un semejante para el cual se desea sufra los peores males. La observación templada nos muestra como el delito de odio está más al día entre la clase política que los carteristas entre los viajeros del Metro.
Es posible llegar a acuerdos entre aquellos que piensan diferente, defienden distintos y a veces alejados postulados, mas sin llegar a admirarse, al menos se respetan. Pero cuando aparece el odio, este ocupa el lugar de la empatía y da un codazo al amor al prójimo. La clase política española desde hace unos años atrás se ha cargado de odio y sed de venganza. No es cuestión de razonamiento, acercamiento o intereses públicos y privados. El odio ha nacido y lo peor es que se ha trasladado a la ciudadanía y eso solo se frena con la sucesión de grandes penalidades que son las que se encargan de poner todo en su sitio. El espíritu de concordia que vivimos durante la Transición ha desaparecido. El insulto, la provocación unidos al intento de dejar en ridículo al adversario, ha dado al traste con la educación, las buenas maneras y el respeto debido. El resultado ya está entre nosotros ha llegado el odio con un magnífico envoltorio de rencor y adornado con lazos de esas miradas que matan. Que vamos a conseguir a partir de ahora? Nada más que inestabilidad y sensación de incertidumbre continúas.
Otra reacción la mar de natural de la inteligencia es la envidia. El ilustre escritor e historiador Fernando Diaz-Plaja la definió en su genial y divertida obra “Los Siete Pecados Capitales” como el principal de los españoles, por encima de los otros seis. Cada español nace con el pecado original y también con el de la envidia. El primero se borra con el sacramento del bautismo. Pero el de la envidia se queda y con los años y el uso de razón, se va consolidando y acompaña hasta el final de la vida. Se nota mucho o poco en función de diferentes pautas de educación y comportamiento. Pero quien niegue haber sentido alguna vez ese raro hormigueo estomacal que provoca, no dice la verdad. Odio, rencor y envidia. Una mezcla más destructiva que la de fulminato de mercurio, la azida de plomo y el trinitroresorcinato de plomo. Las dos, cuando explotan son tremendas y dañinas y se suelen cobrar muchas víctimas inocentes. Aquellos que odian, envidian y tienen al rencor por bandera llegan a la aberración de justificar el terrorismo. Lo hacen con descaro y a plena luz, siempre que el asesinado coincida con su ideal muñeco vudú. No es posible que un ser dotado de intelecto deje desatar y expresar tan bajas pasiones. Pero así es y lo peor es que nos hemos acostumbrado a reaccionar de forma hasta comprensiva a veces, cuando debería ser la vehemencia la que presidiera nuestras reacciones.
Terminamos agrupándonos en bandos odiadores irreconciliables. Ahí está el germen de los conflictos étnicos, geo estratégicos y de todo tipo.
Desechar los sentimientos indignos es una cualidad muy necesaria y que siempre deberíamos tener presente. Mientras el odio y el rencor persistan “Hamás”habrá paz. M. Recio.