Álvaro Filgueira. Suite Información.- Un año después, la herida sigue abierta
Ha pasado un año desde que la DANA arrasó Paiporta y otras localidades valencianas, dejando tras de sí un paisaje de pérdidas humanas, ruina material y una sensación que hoy crece como el agua que inundó el barranco del Poyo: el hartazgo. Los vecinos de este municipio, símbolo del abandono institucional, han dicho basta.
El próximo 20 de noviembre, a las 19:30, saldrán a la calle frente al Ayuntamiento para exigir lo que consideran justo: responsabilidad política y respeto por las víctimas. Reclaman la dimisión del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que acusan de haber gestionado la tragedia con una frialdad que aún duele. “Si necesitan ayuda, que la pidan”, dijo el mandatario hace un año. Aquella frase se convirtió en el símbolo de la indiferencia institucional que hoy alimenta la protesta.
De la dimisión de Mazón a la exigencia a Sánchez
El movimiento vecinal de Paiporta no surge de manera espontánea, sino tras un proceso de desengaño político acumulado. Carlos Mazón, president de la Generalitat Valenciana, fue el primero en asumir responsabilidades políticas por la gestión de la catástrofe. Su dimisión, interpretada por los vecinos como un gesto de reconocimiento del fracaso institucional, marcó un precedente.
Ahora, las víctimas miran a Madrid. Consideran que Pedro Sánchez, como presidente del Gobierno de España, debe seguir el mismo camino y asumir su cuota de responsabilidad. No piden un gesto simbólico, sino una respuesta política coherente con el drama que aún viven cientos de familias que no han recibido las ayudas prometidas.
“Si el líder autonómico ha asumido su culpa, el líder nacional también debe hacerlo”, repiten los organizadores de la manifestación, convencidos de que la dignidad institucional empieza por aceptar los errores.
El contraste entre promesas y realidades
Desde Moncloa se anunció un paquete de ayudas “históricas” para paliar los daños materiales provocados por la DANA. Pero los datos son tozudos: el 82% de las familias que solicitaron ayudas estatales siguen esperando.
De los 16.600 millones que el Gobierno asegura haber movilizado, solo un 6,3% se ha materializado en ayudas reales, y la mayoría proceden de seguros privados, no de fondos públicos.
El resto —financiaciones, créditos, anuncios— se ha perdido entre los despachos del Ministerio de Transición Ecológica y las promesas que nunca llegaron. Mientras tanto, en Paiporta, las calles aún conservan cicatrices, los comercios cierran, y los vecinos pagan de su bolsillo lo que el Estado debía haber cubierto.
Entre el desinterés político y el cansancio social
La dimisión de Mazón, aunque tardía, puso sobre la mesa una idea que el Gobierno central parece ignorar: asumir responsabilidades es también una forma de respeto hacia las víctimas. Sin embargo, desde Madrid, la reacción ha sido otra: silencio, burocracia y declaraciones vacías.
Los ministerios de Interior, Defensa y Transición Ecológica —con Fernando Grande-Marlaska, Margarita Robles y Teresa Ribera en el punto de mira— son parte de un Ejecutivo que ha fallado en algo fundamental: escuchar y atender a su gente.
Desde la Delegación del Gobierno en Valencia hasta la Confederación Hidrográfica del Júcar, la respuesta ha sido lenta, ineficaz y, en muchos casos, insensible.
Políticos que se sirven, en lugar de servir
Lo ocurrido en Paiporta no es solo una tragedia meteorológica. Es una radiografía de un sistema político que, con demasiada frecuencia, utiliza las desgracias como escenario de discursos, no de soluciones.
Mientras las víctimas contaban los muertos y rescataban enseres entre el barro, los anuncios de ayudas se convertían en titulares. Pero las promesas no alimentan, no reconstruyen, y sobre todo, no devuelven la dignidad.
La política debería servir al ciudadano. Sin embargo, lo ocurrido muestra justo lo contrario: instituciones que se sirven del sufrimiento ajeno para salvar su imagen, cuando lo que se espera de ellas es acción, empatía y responsabilidad.
Paiporta como espejo de un país cansado
El “síndrome de Paiporta” no es exclusivo de Valencia. Es el reflejo de un país que observa cómo los compromisos públicos se diluyen con la misma rapidez con la que llegan las promesas.
Desde el rural gallego que sufre las inundaciones del invierno hasta las comarcas levantinas arrasadas por la lluvia, el mensaje es común: la gente está cansada de palabras.
En Paiporta, el agua se llevó casas, vidas y sueños. Pero también arrastró la paciencia de un pueblo que, un año después, ha decidido salir del silencio para exigir que el Gobierno deje de mirar hacia otro lado.
El valor de la memoria y la dignidad
La DANA de Paiporta no fue solo un fenómeno meteorológico; fue una prueba moral para quienes gobiernan. Y la nota, un año después, sigue siendo un suspenso.
Porque cuando el pueblo pide ayuda, no espera limosnas ni titulares: espera justicia, empatía y acción.
Y cuando un presidente responde “que la pidan”, quizás olvida que gobernar consiste, precisamente, en ofrecerla antes de que haga falta pedirla.


