Armando Robles, AD.- Sin los complejos de la remilgada derecha liberal europea, la guerra cultural se saldaría hoy con una estrepitosa derrota para la mafia izquierdista mundial. No hay cosa que intimide más a la derecha woke que su identificación con personajes y símbolos que en nombre de la rancia oficialidad democrática han sido establecidos como exponentes de todas las maldades concebidas por el hombre. Aunque tímidamente, VOX, a través de uno de sus diputados, se atrevió a horadar esa barrera inquisidora al reivindicar sin complejos, en sede palamentaria, la paternidad franquista de la sanidad pública y las viviendas sociales, que permitieron a cientos de miles de humildes trabajadores vivir bajo un techo seguro y sin carga hipotecaria alguna. Es necesario dar la batalla cultural en todo momento y ante cualquier circunstancia. Trump, Meloni, Milei, Orban… nos están marcando el camino.
Lo primero que tendrían que grabarse a fuego los representantes públicos de la derecha es el cuidado de las ideas. Como sostuvo recientemente Milei, el hombre del milagro económico en Argentina, “no importa qué tan buenos seamos gestionando, o cuán buenos seamos políticamente, no vamos a llegar a ningún lado”, aunque destacó que “se están respirando nuevos vientos de libertad y estamos ante una oportunidad histórica para empezar a cambiar el mundo”.
Milei apuntó que “lo que marca siempre el norte es nuestra visión y eso es lo que tenemos que alimentar” porque es lo que “nos va a hacer resilientes, nos va a permitir enfrentar a los zurdos y ganarle en todos los terrenos y terminar de una vez por todas con la basura del socialismo”.
Además, cuestionó a los detractores de sus formas que “parece que fueron muy opositores al kirchnerismo pero perdieron siempre”, y apuntó que “más allá de las cuestiones estéticas, a la larga el extremo centro se manifiesta como lo que es: funcional a la izquierda criminal”.
“Hoy en el mundo, de la mano de Donald Trump, de Nayib Bukele y nosotros aquí en Argentina, se respiran nuevos vientos de libertad. No alcanza, como pasó en los 90 con gestionar bien, no alcanza con organizarse políticamente, es necesario también dar la batalla cultural”, dijo.
Se asienta en cada día más ciudadanos libres que la única forma de combatir al socialismo es desde la derecha sin complejos, no importa sus gritos histéricos y sus fingidos aspavientos. El extremo centro, sus posiciones y sus herramientas son siempre y en todo lugar funcionales a la izquierda criminal.
Todos aquellos tibios que defienden ir por el centro, lo único que hacen es regalarle terreno a la izquierda.
La fórmula más atrayente de la nueva derecha antiwoke es su escepticismo acerca de conceptos como el consenso y el diálogo, porque no interesa continuar con los famosos consensos de la política, que no son más que pactos para seguir viviendo eternamente del pagador de impuestos.
Frente a la tóxica pedagogía izquierdista impregnada de resentimiento, defendemos una causa justa y noble, muchísimo más grande que cada uno de nosotros. Las personas somos meros instrumentos en esta causa y tenemos que estar dispuestos a dar la vida por ella. Hablamos ni más ni menos que de la idea histórica de Occidente.
Lo primero es hacer inoperativos los hipócritas discursos intimidatorios de la mafia progresista. Y eso requiere firmeza y altura moral de miras. Hasta ahora, a la izquierda le ha ido bien el voluntario sometimiento de la derecha a sus verdades impostadas. Mientras ellos tenían y tienen toda la autoridad moral para reivindicar la figura del siniestro Largo Caballero, la derecha renunció a la de José Antonio. Mientras la izquierda ensalzaba al criminal Santiago Carrillo, la derecha execraba la coherencia ideológica y la robustez moral de Blas Piñar. Mientras la izquierda rebanaba en salsa de almibar la intentona golpista de Octubre en Asturias, la derecha se desentendía de las causas que provocaron la reacción popular contra la sangrienta II República.
Frente al histerismo que entre la internacional progre ha causado el saludo romano de Elon Musk durante la toma de posesión de Trump, ninguna voz ha prorrumpido con fuerza para preguntar por qué hemos permitido que en cambio se dé patente de normalidad al puño en alto. Por qué no se han escuchado voces en Europa alertando que el puño en alto representa simbólicamente a la ideología más criminal de todos los tiempos. Con el puño en alto se cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones. Los del puño en alto fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad. Por qué hemos permitido que el socialismo se instale en un estadio moral superior al nazismo, también abominable.
En 1995, por ejemplo, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski llegó a la siguiente conclusión en su libro «El imperio» (Anagrama): «Si podemos establecer la comparación, el poder destructor de Stalin fue mucho mayor . La destrucción realizada por Hitler no duró más de seis años, mientras que Stalin empezó su terror en los años veinte y llegó hasta 1953. Su poder se mantuvo 30 años y la maquinaria de terror se prolongó mucho más. No es que Hitler fuese mejor, pero no tuvo tanto tiempo». No hay que olvidar que a Lenin ya se le responsabiliza antes de tres millones de muertes desde que tomó el poder en 1917 hasta su salida en 1924, sin incluir las registradas en la guerra civil.
«Libro negro del comunismo»
El debate alcanzó su punto álgido en 1997, con la publicación del «Libro negro del comunismo» a raíz del 80 aniversario de la Revolución de Octubre. Fue redactado por un grupo de historiadores bajo la dirección del investigador francés Stéphane Courtois , que se esforzó por hacer un balance preciso y documentado del verdadero coste humano del comunismo. Se apoyó en la información desclasificada de los archivos de Moscú y estableció un cómputo final sobrecogedor: cien millones de muertos, cuatro veces más que la cifra atribuida por estos mismos autores al nacionalsocialismo de Hitler.
El balance no fue una revelación, a pesar de todo. Numerosos investigadores ya se habían interesado en los años previos por los gulag, las hambrunas provocadas por Stalin en Ucrania y las deportaciones masivas de los disidentes del régimen soviético. En 1989, el politólogo Zbigniew Brzezinski ya había establecido los muertos del régimen soviético en 50 millones, en su obra «El gran fracaso: nacimiento y muerte del comunismo en el siglo XX». Robert Conquest , cuyos trabajos sobre la Unión Soviética le convirtieron en una autoridad, estimó 40 millones de víctimas, sin contar a los fallecidos en la Segunda Guerra Mundial. En 1987, Rudolph Rummel , de la Universidad de Hawai, dijo que la URSS había matado a 61,9 millones de personas entre 1917 y 1987. Mientras que el historiador ruso y premio Nobel de Literatura Aleksandr Solzhenitsyn , en el segundo volumen de su «Archipiélago Gulag», de 1973, cifró el número de víctimas de la represión en 88 millones.
La idea de que se pueda comparar a ambos regímenes ha sido siempre rechazada con indignación por los comunistas. De hecho, incluso el grupo socialista europeo –en el que se encuadra el PSOE– presentó una propuesta distinta a la resolución finalmente aprobada, en la que se evitaba mencionar al comunismo y los crímenes cometidos en su nombre en la condena. Es probable que los nazis también hubieran rechazado con igual indignación esta declaración pública, pero no hay que olvidar que esta equiparación ya fue establecida en la primera mitad del siglo XX por autores tan importantes y dispares como George Orwell , Simone Weil , Marcel Mauss , Bernard Shaw , el Nobel de Literatura André Gide y socialistas rusos convencidos como Victor Serge . Hay muchos historiadores que, incluso, defienden que el nazismo no podría explicarse sin la existencia previa del comunismo.
A la luz de estas cifras, habría que reflexionar sobre el régimen que a partir de 1945 fue considerado como el más criminal del siglo y un régimen comunista que, hasta 1991, ha conservado toda su legitimidad internacional y que hoy está en el poder en varios países y mantiene adeptos en el mundo entero.
Dicho de otra forma, por qué la lapidación a Musk por su nada claro saludo romano, mientras a muy pocos parece inquietar que el último congreso del PSOE se clausurara puños en alto y al ritmo de la Internacional comunista.
Por consiguiente, sería deseable que los dirigentes de la nueva derecha antiwoke, cuando se vean expuestos a los requerimientos de los sumos sacerdotes del santo oficio progresista, respondiesen a la manera que lo haría Mikei: “ratas, excrementos humanos, zurdos de mierda, váyanse a la reconcha de su madre”.