Manuel Recio Abad. Suite Información.- La expulsión de los moriscos, que fueron descendientes de musulmanes y que previamente se convirtieron al cristianismo tras la Reconquista, tuvo lugar principalmente entre los años 1609 y 1613, bajo el reinado de Felipe III.
A pesar de su conversión, los moriscos fueron vistos con desconfianza por la sociedad cristiana, que los consideraba potencialmente desleales y peligrosos. Esto se intensificó tras la rebelión que protagonizaron en las Alpujarras entre 1568 y 1571, lo que alimentó aún más los temores sobre su fidelidad.
La presión por conseguir la uniformidad religiosa y cultural en España llevó a unas políticas de asimilación forzada. La prohibición de prácticas culturales y religiosas moriscas en 1567 exacerbó las tensiones.
La expulsión también se vio influenciada por intereses económicos, ya que muchos moriscos eran agricultores y ganaderos y así sus tierras podían ser redistribuida entre cristianos leales.
La expulsión de los aproximadamente 300,000 moriscos, tuvo un impacto negativo en la economía, especialmente en la agricultura y en ciertas regiones, pues sufrieron pérdidas significativas de mano de obra agrícola.
También se perdió una parte importante de la diversidad cultural que tradicional e históricamente los moriscos habían aportado a la sociedad española. Esto se tradujo en una homogeneización cultural que bien pudo afectar a la identidad nacional.
El «wokismo» hace referencia a una conciencia social para muchos equivocada, sobre las injusticias y desigualdades, a menudo asociada con movimientos de justicia social. En el contexto de la Iglesia cristiana en España, se puede considerar que enfrenta el reto de reconciliar su doctrina con un mundo que se está viendo forzado a la inclusión y la aceptación de diversas identidades. Esto entra en conflicto con nuestras enseñanzas tradicionales, lo que genera tensiones internas y gravísimos enfrentamientos.
La historia de la expulsión de los moriscos puede servir como un paralelismo con los temores actuales de persecución o marginación. La necesidad de un perdón absurdo y cobarde puede confundirse con una búsqueda real de paz y reconciliación, que también se percibe como una forma de debilidad ante la violencia de aquellos inmigrantes que se niegan a integrarse.
Si la Iglesia no aborda estos retos de manera efectiva, podría enfrentarse a una pérdida de relevancia en una sociedad que solo exige justicia, paz en libertad y equidad. Las comunidades religiosas terminarán por verse presionadas para adaptarse a nuevas realidades, lo que podría alterar su estructura y función en la sociedad.
La expulsión de los moriscos en el siglo XVII es un recordatorio de cómo el miedo, la impotencia y la desconfianza pueden llevar a decisiones drásticas que afectarían a comunidades enteras. Al reflexionar sobre la historia y las tensiones actuales, es crucial que la Iglesia católica y sus representantes encuentren un equilibrio entre la fe y la realidad social, evitando repetir errores del pasado.
La historia reciente de España está marcada por la diversidad cultural y religiosa, pero también por episodios de violencia y exclusión. En años recientes, España ha enfrentado la amenaza del yihadismo, con varios ataques dirigidos a ciudadanos y a lugares de culto. Ejemplos recientes incluyen:
1. Ataque en Algeciras en Enero 2023. Este ataque dejó varios heridos y un fallecido, Diego Valencia, sacristán de la Iglesia de La Palma, resaltando la vulnerabilidad de las comunidades religiosas ante la violencia.
2. Detenciones de Menores. En 2024, se detuvieron a cuatro menores en Elche, acusados de planear un atentado contra una iglesia, lo que indica una preocupante tendencia de radicalización entre los jóvenes.
3. Crecimiento de la Violencia. Grupos como el Estado Islámico siguen llamando a atacar a ciudadanos occidentales, lo que ha llevado a un aumento de medidas de seguridad en lugares públicos y religiosos.
La historia de la expulsión de los moriscos y los recientes ataques yihadistas presentan lecciones importantes para la sociedad española actual.
La preocupación y el hartazgo de la sociedad ante el aumento exponencial de este y otros tipos de delitos no tiene por qué desembocar en una actitud de comprensión y perdón constante, lo que parece no servir para nada, mientras unas correctas políticas de inmigración y la defensa de la integridad de personas y bienes, brillan por su ausencia.