Manuel Recio Abad. suiteinformación.- El contencioso que la Gran Bretaña y el Reino de España mantienen sobre el peñón de Gibraltar y sus ensanches, viene de largo. La posesión de Gibraltar por la Gran Bretaña se debe a los acuerdos incluidos en los Tratados de Utrecht-Rastatt firmados entre los años 1713 y 1715, una vez terminada la Guerra de Sucesión española.
Los gibraltareños han sabido fundamentar su extraña y anacrónica situación colonial durante más de trescientos años, en una relativa independencia de la metrópolis, que a falta de formalización se queda solo en lo aparente. Es cierto que Gibraltar tiene todas las características de una Ciudad Estado y por tanto una relativa capacidad por sí misma para ser independiente, este un deseo vehemente que cuenta con el respaldo mayoritario de su población.
Mientras pertenecieron a la Unión Europea las relaciones con España fueron mejorando. La ósmosis entre sus habitantes y quienes residen en el Campo de Gibraltar fue casi absoluta. Normalidad total que ha permitido que uno de cada tres linenses en edad laboral tenga su puesto de trabajo en la Roca. Diariamente pasan por el control de aduanas una cifra aproximada a las 35.000 personas.
El Brexit devuelve a la colonia a la situación anterior al Tratado que dio origen al Espacio Schengen, es decir el área de libre circulación que afecta a 29 países europeos, que han abolido los controles en las fronteras comunes, también conocidas como fronteras internas.
Gibraltar no forma parte del Reino Unido, pero a diferencia de todos los demás territorios británicos de ultramar, formaba parte de la Unión Europea junto con este estado.
En cuanto a la nueva relación, la UE ha dejado claro que «Gibraltar no estará comprendido en el ámbito de aplicación de los futuros acuerdos entre la UE y Reino Unido» y que los «acuerdos separados entre la UE y Reino Unido sobre Gibraltar requerirán la previa aprobación de España».
Hace ya tres años y nueve meses que el Ministro Principal de Gibraltar, Fabian Picardo, guardó la enseña de la Unión Europea, una vez arriada en una triste ceremonia celebrada el día 1 de febrero de 2020, comenzando así un periodo de incertidumbre que aún no ha terminado.
La negociación a tres bandas se está haciendo excesivamente larga y tediosa. Máxime si se tiene en cuenta la clara voluntad expresada en las urnas el 23 de junio de 2016 , pues en Gibraltar el no al Brexit se impuso por un 95,91% (19.322 votos) frente a un exiguo 4,09% (823 votos) favorable a la salida. Una injusta y forzada aceptación que vino impuesta por el resultado de la metrópolis, que por un escaso margen de votos favorables supuso el abandono de la UE, de lo cual los británicos ya han dado muestras suficientes de su arrepentimiento.
Gibraltar se siente sola, abandonada por el gobierno de la City y el Parlamento británico, dejada a su suerte en la negociación de los acuerdos con Madrid, donde interviene también la ciudad fronteriza de La Linea.
Gibraltar hoy se asemeja más a un Londres solitario en miniatura, defendiendo su independencia y su estatus financiero, que no puede ni quiere perder sus vínculos con España, ni la libre circulación de sus ciudadanos por ella, ni desprenderse de sus segundas residencias repartidas por los ocho municipios que integran la comarca vecina.
En definitiva, Gibraltar se antoja como un pequeño y brumoso Londres… cada vez más dependiente de todo lo español.