A falta de batallas más cercanas en el tiempo, el invierno invita a excitantes viajes al pasado glorioso, tertulias refrendadas en lecturas clásicas, citas famosas o teorías sustentadas en datos de antaño. Bucear en las costuras de la historia es trasladarse a otra dimensión sin testigos vivos, fiándonos sin red de lo que algunos vieron, contaron o sintieron.
En estas confrontaciones apasionadamente pacíficas nunca hay heridos, solo cruces y disputas, reformular principios es un gran ejercicio de salud taurina.
Ayer pasamos la tarde escribiendo de Rafael «El Gallo», genio al que posiblemente se le reconoce más por su rico anecdotario que por su gran aportación al toreo, en un larga carrera entroncando generaciones. El tema tomó temperatura cuando se postuló su figura como el gran torero artista del viejo orden, precursor sin identificar del gran Belmonte. En teorizar todos tenemos un arte especial, y aunque soy más de leer y escuchar, dejé caer que Rafael y Juan caminaban por la misma orilla del rio sin ánimo de encontrarse, pues los genios crean sus propios pasos, y la posibles cercanías de ambos son más de talento que de resultados. Sus formas tienen en común el sentido artístico, transgresor para su época, pero varían sustancialmente en creación y concepto.
Lo que cada vez tengo más claro, aunque me siguen faltando muchas lecturas, es que Gallito es el gran torero del viejo orden y Belmonte el primer gran torero moderno. Ayer nos sirvió para recordar a Rafael, el Divino Calvo, y darle el valor artístico que merece su figura en el toreo antiguo. Las tertulias escritas me permiten volver a leer lo que otros más sabios y preparados que yo escriben. La tarea de recolocar al viejo Gallo se la dejo a ellos, que son más capaces.
(Foto tomada de La Fiesta Prohibida)