Manuel Recio Abad. suiteinformación.- Son muchas las anécdotas y momentos vividos desde mi infancia, que podría relatar sobre esos emocionantes e inolvidables días de corridas de toros. También de festivales benéficos, en Higuera de la Sierra, organizado por el Pater Girón, en Gloria esté, que no dudaba en salir a parar un novillo con sus lances celestiales; faenas de tienta, en Peñalosa, Zarracatin, herraderos en Valdeprotos siempre rodeado de buenos amigos. He tenido la gran suerte de relacionarme desde pequeño, gracias a la afición de mi padre y su amistad con ganaderos, Antonio Méndez, Juan Guardiola Soto, Antonio Miura, Álvaro Domecq, Juan Pedro Domecq, Marcos Núñez y sus hermanos, Carmen, Carlos, Pepe, Juan, Luis… excelentes personas, matadores, Miguel Báez, “Litri”, Diego Puerta, Jaime Ostos, Antonio Ordoñez, Carlos Corbacho…, buenos banderilleros como Blanquito, Finito de Triana, Julio Vito, Luis González, Manolo Carmona, Chaves Flores, Andrés Luque… y extraordinarios picadores de la talla de Ambrosio Martín…, además de innumerables aficionados de verdad.
Desde pequeño me enseñaron que un toro bravo nace para vender cara su vida utilizando su instintiva acometividad. Supe por qué un toro humilla al embestir, por qué las vacas paren sus crías durante las noches de luna llena y a conocer que son seres gregarios que gustan de vivir en manadas. Que los toros se pelean y matan entre ellos y que no es aconsejable su lidia una vez cumplidos los seis años de vida: aprenden demasiado pronto durante la lidia.
Un osado antitaurino de los que se creen que los toros sólo embisten cuando son acodados y maltratados, pasa tranquilamente en bicicleta junto al solitario cornupeta que le derriba y cornea, como es su instintiva obligación. También los hay convencidos de que un león sólo te despedaza cuando tiene hambre. Este mundo está lleno de inconsecuentes. Se bañan con tiburones blancos y se quieren hacer fotos echándole el brazo por encima a un oso polar. Lo dicho, no cabe un tontaina más.
Estos “amantes” que se creen únicos defensores de la naturaleza viva, no suelen ir a los toros. Desconocen todo en relación a la cría del ganado bravo. Ni siquiera un ganadero entra en un cerrado si no va acompañado del conocedor. Las imprudencias se pagan caras. Es por ello que la consecuencia de la prohibición de las corridas conllevarían como consecuencia ineludible, la desaparición del Bos Taurus de la faz de la tierra. No nació el toro para ser cazado en una reserva africana. Su bravura, su piel y su carne son el resumen final de su utilidad trasladadas a su crianza y selección, cuidados, alimentación, transporte, lidia y muerte, espectáculo, atracción turística, taxidermia, difusión…
De las cuarenta razas autóctonas españolas de ganado vacuno manso, destinadas a ser sacrificadas en mataderos industriales, treinta y dos se encuentran en serio peligro de extinción. Un amplio patrimonio genético está en peligro. Por qué no se ocupan de ello los próceres tan sensibilizados con la utilización de la cabaña brava, en la que sin embargo, ese riesgo no existe, salvo que la progresía hoy imperante así se lo proponga. Las cinco castas fundacionales, dieciséis encastes y seis líneas genéticas que constituyen la raza de lidia, están aseguradas, si bien necesitan del apoyo público institucional lógico y así legislado, sobre todo por los daños ocasionados a la cabaña por la pandemia de covid, que ha visto reducido sensiblemente el número de cabezas de cada vacada.
En base a datos aportados por el Instituto Invimark en una encuesta realizada recientemente, se demuestra que el 46% de los españoles se considera taurino, frente a un 41% que se define como antitaurino y un 11% considera que no es ni una cosa ni la otra. Más de la mitad de los que opinan en la encuesta, jamás han presenciado una corrida de toros.
No saben lo que se pierden en los momentos previos al acontecimiento taurino. Acercarse a la plaza y sentir el ambiente, el aroma del habano de buena capa, capote y tripa , los puestos pregonando almohadillas y carteles de recuerdo, el murmullo de bares atestados de aficionados que comentan sus múltiples anécdotas vividas…
Ir a los toros además de un acto social, lo es de tradición, de respeto a nuestra cultura, de claro amor por lo genuinamente propio, de fiesta, que hemos exportado y mantenido a lo largo de los años. Ayudemos a los que se inician explicándoles el por qué de cada acción , de cada tercio, tornándose en una corrida didáctica, un aula en el tendido, hablando bajito, lo que sin lugar a dudas crearía más afición y menos animadversión al desconocido para muchos, mundo de los toros.