La Feria del Toro de este año no es más que un ejemplo palpable del estado actual de la Fiesta. Ya hemos visto los resultados ganaderos de Sevilla y Madrid, y Pamplona no podía ser diferente, pese a su singularidad cada día menos identificable, y que se rigen, por desgracia, por las mismas directrices marcadas por los mercaderes del negocio taurino.
Pamplona ha ido dulcificando su elenco ganadero en las dos últimas décadas, basta repasar carteles, encontrado en la actualidad una mayoría de ganaderías comerciales que diría mi padre, y manteniendo el toque torista en apenas tres presencias. Muy lejos de la importante y variada composición de encastes de antaño.
La Feria del Toro, a falta de otros alicientes, intenta destacar por la integra presentación de los toros, cuestión compleja que no se consigue siempre. Este año destacan, lógico por otra parte al no estar las figuras, los hierros de Escolar, impecable trapío de los cárdenos, la mejor presentada de la feria; grandes e imponentes los de Miura, y a falta de otras virtudes, tiene seriedad la de Cebada. Sorprende Ymbro, muy armada por delante pero con noble y muletero comportamiento, lejos de la encastada y exigente corrida que llevó a Madrid. El ganadero sabe perfectamente lo que tiene en el campo y quien mata su corrida. Victoriano del Rio, con algún que otro paseo a la finca, aprueba con desigual presencia. Y Jandilla, al limite del aprobado y por debajo de otros años. Suspende sorprendentemente La Palmosilla, muy mal presentada y en las Antípodas de sus presencias anteriores; tampoco tuvo un juego destacable. Y no por cantado y esperado deja de ser menos doloroso, el impresentable e indigno encierro de Domingo Hernández, impropio de esta feria, y que volvía en solitario, sustituyendo a los toretes de Núñez del Novillo del año anterior.
(Continuará)
(Foto Íñigo Alzugaray)