A los sufridores de provincias nos gusta ir durante el año a Las Ventas. En San Isidro, una cita obligada en la semana torista, me dejaba una pasta en cuatro días, pero al menos las entradas de sol, siempre sol, eran llevaderas. Tener una afición cuesta dinero, es lo que toca.
Ahora quiero ir a la de Cuadri el Domingo de Ramos y ya han salido los precios, prácticamente el doble que hace dos años fuera de feria. Un atraco para fomentar la afición al cemento, para ganar dinero con un tercio de plaza y decir que el torismo no interesa, y lo que mola, son los sábados de Roca Rey, con terraza de discoteca y gin tonic. Los aficionados les importamos muy poco y es el público de los grandes eventos, jueguen los Lakers, canten los Rolling Stones o actúe RR, los que hoy llenan pero mañana ya no vuelven.

Ser abonado de Madrid siendo un modesto parroquiano de provincias es un imposible perfectamente entendible, pero están quemando mis ilusiones de ir a Las Ventas; al desorbitado aumento de las entradas, tengo que sumar el disparatado coste de los hoteles, el lujo del coche lo he cambiado por el tren y los taxis, y al comer no le echo cuentas pues como todos los días con moderado control. De los gin tonic no hablo, pues respeto al torero y una de Cuadri la veo con agua y tabaco de sobra.
Nos lo están poniendo de lujo para quedarnos en casa y dedicarnos a una afición menos sufrida y más barata. No están los tiempos para grandes gastos ni para enriquecer corsarios.