Manuel Recio Abad. suiteinformación.-Torear nunca ha sido un deporte. Tampoco puede considerarse como una actividad física más o la mera lucha de un ser humano contra un animal salvaje. Quien asiste a ver una corrida de toros debe acudir desnudo de todas esas consideraciones y preparado para poder admirar todo lo que de arte y plasticidad tiene la acción de evitar con astucia las arremetidas más o menos violentas del toro, utilizando un pedazo de tela e incluso realizando la suerte a cuerpo limpio.
Una plaza de toros no es un circo romano, aunque algunos de ellos hayan sido reconvertidos en bellas y majestuosas plazas para bien de la tauromaquia, como es el caso de Nimes y Arlés en Francia.
Voy a escribir sobre gustos y sobre todo cuando ciertas formas de gustar de los toros se convierten en tendencias. Nadie debe sentirse molesto por ello pero si le invito a una reflexión a todo aquel que malinterprete mis humildes aportaciones. Cuando asisto a una corrida de toros valoro el silencio de los aficionados más próximos a mi localidad. Ver, oír y callar es la regla de oro, pasar desapercibido en la grada o el tendido para no molestar ni al vecino de localidad y menos aún a quienes están delante del toro. A partir de ahí comienza el verdadero disfrute, concentrarse en deleitarse ante la capacidad que el profesional tiene para crear y transmitir. Es imposible realizar determinado tipo de toreo si no se dispone de un toro que lo propicie. Al sobrepeso de los 500 Kgs en un toro de lidia, hay quien le llama trapío. Yo le llamo obesidad.
Parar, templar y mandar… una combinación que constituye la base del arte del toreo. No sólo son conceptos técnicos, pues evocan una profunda conexión emocional entre el torero, el toro y el público. Es entonces cuando se crea una experiencia estética única.
Eso ocurrió durante la lidia del primer toro de su lote por José Antonio Morante en la Corrida de la Prensa. Con el capote dibujó el toreo al recibir al Garcigrande con cadencia y lentitud en unas soberbias verónicas. Con la muleta dió una lección de toreo de salón sin afectación, con la naturalidad y parsimonia que sólo los grandes desarrollan. Quite a cuerpo limpio incluido cuando el toro hizo hilo tras parear Curro Javier. Silencio de Maestranza en Las Ventas. Se obró el milagro. Un presidente desconocedor de la importante creación realizada se echó la oreja al bolsillo para así pasar a la historia del injusto taurino. Hay obras que no necesitan de la aprobación de expertos. Ahí quedó eso.
Morante ha regresado para quedarse y hacer ver que hay otra forma de sentir y hacer el toreo, aunque quizá sea cierto que la miel no está hecha para la boca del….