Y regresó Morante de los infiernos para recuperar al artista y al hombre. Tarde de reencuentro con la inspiración en Santander, desempolvando la caja mágica de torería única del maestro de la Puebla, con dos faenas de bello trazo, gusto excelso, naturalidad y armonía, cimentadas en un dominio del temple genuino y un valor seco sin alharacas. No fueron dos faenas perfectas, pero nos supieron a gloria viendo disfrutar al torero y sonreír al hombre.
Se despidió Ponce de Santander en tarde sentimental de público cariñoso. Le costó adaptarse en su primero, en faena de intermitencias, y estuvo más centrado en el cuarto, con pasajes brillantes y estéticos, en una faena de excesivo metraje pero feliz rematada con la espada.
Fernando Adrián es un huracán de devastador con hambre de gloria. Tarde muy entregada, apasionada y vibrante, con gran eco en los tendidos. Pide paso con su verdad por delante y un fusil como espada. Está para que le den sitio y mandar a casa a unas cuantas figuras caducas y sin interés. Un mano a mano con Roca sería explosivo pero no se lo van a dar. Adrián reposará su toreo; ahora lo que tiene que hacer es arrasar y morder y lo cumple cada tarde.
Corrida muy a modo de Domingo Hernández, muy mal presentada, noble y colaboradora pero justa de raza y fuerza. Un diez para los veedores; estas corridas son las que quieren encontrar sus jefes en el campo.
José Antonio camina y Morante torea. Un buen día para no olvidar.