¡Los Dos solos;
los dos solos!
un 21 de junio pero de 1917,
se celebró la Corrida a Beneficio
del Montepío de Toreros reunía
el cartel a la Terna de Oro
del Toreo, un mexicano
y dos sevillanos;
Los tres figuras consagradas:
Rodolfo Gaona, Joselito El Gallo
y Juan Belmonte…
“Salió el toro
‘Barbero’ lidiado en sexto lugar.
Para el gran genio del toreo
Juan Belmonte y fue el momento
culminante de su vida taurina…”
Hagamos de la
temporada 2024
el Año más Taurino…
«La Tauromaquia
es la pasión que nos une…
Felipe de Jesús Estrada Ramírez
Cronista de la Ciudad.
(Bibliografía al final del texto)
Conocida era la costumbre que tenía
Juan Belmonte de quitarse el sombrero
cada vez que pasaba por delante de la casa
de la familia de Concha y Sierra.
Era su recuerdo y su homenaje
a la histórica faena que le realizó en Madrid,
en una corrida del Montepío de Toreros,
al toro ‘Babero’ lidiado en sexto lugar…
Estaba Juan Belmonte lo que en la jerga se denomina atorado; nunca había toreado tan seguido como en esa temporada de 1917 hizo el paseíllo 97 veces estoqueando 206 toros y Belmonte acusaba cierta fatiga, más mental que física, que repercutió negativamente en sus últimas actuaciones. José, exultante, era el amo indiscutible del tinglado, y Gaona, luego de sortear los velados vetos gallistas de 1915, había tenido una gran temporada de 1916 y se mostraba en plena forma.
Aquel jueves 21 de junio de 1917, en la vieja plaza de Madrid corrida que anualmente se celebraba para fondear a la mutualidad que se hacía cargo de asumir los costos que generaba la estancia hospitalaria de los diestros heridos, que era La Fundación de la Asociación Benéfica de Auxilios Mutuos de Toreros y se lidiaron toros de tres ganaderías: dos de Gregorio Campos (3º. Y 4º.), uno de Salas (5º.) y tres de Concha y Sierra (1º.,2º. Y 6º.). los únicos toros que ofrecieron facilidades fueron el primero y el último, ambos de Concha y Sierra.
Como incondicional que era de Joselito, mantenía por esos días una campaña tenaz en sus crónicas contra Gaona. Y Gorrochano escribía, sin ruborizarse, cosas como ésta: “Gaona, con esa falta de tino y medida que tiene para sus faenas de muleta… no sacó ningún partido de ese primer toro, que a todo se prestaba… Un pase, otro, otro… no torea para el toro, torea para sí… La faena pecó de sosa, de lánguida, de monótona. Con lo bonito que es torear poco, preciso, justo, ni un pase más ni uno menos. Un pinchazo que no me gustó y media estocada. Al público le gustó y le hizo dar la vuelta al ruedo”. (ABC, 22 de junio de 1917, p. 11). ¿se puede deducir algo de semejante reseña? lo único que se percibe es inquina. Más la indelicadeza de insinuar blandura en el siempre duro público de Madrid, puesto que se atrevió a premiar la faena ayuna de méritos que de tan mala gana describió. Y eso que, si no llega a pinchar, seguramente se habría pedido para el mexicano la oreja del de Concha y Sierra. Continuó la corrida sin grandes cosas que relatar. El segundo, chico pero difícil, también de Concha y Sierra –sigo el texto de Corrochano– no permitió sino un gran par de Ignacio Sánchez Mejías, a la sazón peón de Joselito; el de Gelves se lo quitó de delante tras unos cuantos muletazos “de maestro”. El tercero, de Campos, resultó “un hermoso buey”, que derribó caballos hasta cansarse y al que Belmonte trasteó desconfiado, “atropellado y desarmado en cada lance”. Y salió el cuarto, de Campos, malo también aunque “con menos poder y menos bronco… (Gaona) se hizo con él en los primeros muletazos y luego nada… no lo vio o no lo quiso ver. Con el estoque se fue a los bajos”. (íbid). Corrochano, a lo suyo.
El quinto de la tarde, un remiendo de la ganadería de Salas que le correspondió a Gallito: “Hubo un momento, durante la lidia del quinto toro, que conmovió el alma de los espectadores. Ello fue cuando tocaron a banderillas. Llamábase el toro “Espumoso” y era de Salas, sustituto de uno de Campos… Solicitó Gallito un par y con la montera en la mano ofrecióselo a Gaona. Ante el gesto gallardo y cordial rompió en el espacio una ovación clamorosa. Juan Belmonte, arrinconado en la sombra de un burladero (parecía) indiferente a todo y a todos… El tercio de banderillas fue histórico. Salió José por delante con una pasada en falso a la que sucede un par en todo lo alto, cuadrando en la misma cara y recreándose al clavar con toda la marchosería de su exquisito arte… De pronto, hizose el silencio. En el centro del ruedo estaba Gaona llamando al toro. Vuélvese “Espumoso” y ambos quedan frente a frente, en solemne y emocionante actitud. Entre la montera y el ras del burladero, los ojos de Juan Belmonte avizoran la escena. En medio de aquel silencio impresionante avanza el maestro despacio, muy despacio, agitando suavemente los brazos para alegrar al toro y a la belleza, y paso a paso, acelerando al fin, corre, cuartea, llega a la cabeza de la fiera, cuadra, yergue el busto con gentileza graciosa, levanta los brazos con donaire y clava un soberano par, al tiempo que en el aire se apaga la luz del sol bajo el estruendo de una tempestad de aplausos… Vuelve José a la brega… inicia la marcha aún más despacio que Rodolfo, pero en zig–zag, matizado con gritos, sonrisas y gitanería… cuartea rápido, clava, salta en el aire con majestad y gracia (mientras) el toro queda atrás… Cierra Gaona con uno de dentro a fuera en dos palmos de terreno y arrancando desde el estribo formidable, grandioso, colosal… Llenase el espacio de gritos, invaden los aires gorras y sombreros, los tendidos son como un bosque de brazos humanos que piden a la empresa el mano a mano de los dos rivales: “¡Los dos solos… Los dos solos!” (Alameda, José. Los heterodoxos del toreo, pp 79–81)
Ese toro quinto llegó a la muleta “sin vista”, a decir de Corrochano, y Joselito tuvo que abreviar, despachándolo de dos espadazos delanteros. De modo que mientras Gaona dio una vuelta al ruedo en el abreplaza y provocó una conmoción banderilleando a “Espumoso” a invitación de José, éste tuvo que conformarse con coprotagonizar aquel segundo tercio memorable. No al recuento de apéndices sino al valor de escenas cargadas de grandeza torera atendían aquellos buenos aficionados.
Versión de Acebal: “El público ya daba por terminada la fiesta cuando “Barbero” marcado con el número 45, de Concha y Sierra, negro de abundante cornamenta y bravo pisó la arena… Un quite de Juan por verónicas, media como remate, que agarrotan la garganta y paralizan la sangre. Otro de Gaona de frente de costado (¿gaoneras?) que conmueve a la plaza. Y otro de José, cargando la suerte con arte y maestría. El clamor enciende la plaza…
Al fin queda Belmonte, muleta en mano, frente a “Barbero”. “Un pase de la muerte escalofriante, el torero quieto, parado, inconmovible y bello como un altorrelieve del Partenón. Vuelve la fiera, va a la izquierda la muleta, que se cuadra en la cabeza del toro y así el diestro, a dos dedos de los pitones, y el corazón franco y abierto a la embestida, engancha al cornúpeto, tira de él con suavidad, con mimo y con temple, carga la suerte con valor y sentimiento y la alarga, la alarga, hasta dejar al toro en el sitio preciso para redondearla con un pase de pecho en el que la fiera, en ilusoria visión, parece un corazón inmenso que brotara del pecho del lidiador… Y otra vez la muleta a la izquierda, al lugar euclidiano de precisión, para que el pase de pecho sea más hondo, más grandioso que el anterior… y otra vez el natural seguido del de pecho, pilares eternos del arte clásico… Con un pinchazo y una estocada rodó “Barbero”. La multitud invadió el redondel, paseó dos veces por él a Juan Belmonte. Enfebrecida y alucinada, ni se acordó de pedir la oreja… ¿Y Rodolfo y José? ¿Dónde estaban Gaona y “Gallito”? Por allá iban, por la puerta de cuadrillas, ¡Los dos solos!… ¡Los dos solos!” (íbid, p. 82).
“Ayer, en el sexto, Juan Belmonte me hizo perder la serenidad como nunca antes lo consiguió nadie… Belmonte dio sus mejores recortes. Gaona sus mejores lances con el capote a la espalda y el pecho entre los pitones, y José dos lances lentos, largos, interminables. El tercio de quites más bonito de la temporada. Belmonte, pobre torero, descartado de las grandes combinaciones porque no sabe banderillear, se fue al toro dolorido, comiéndose las lágrimas, y acaso preguntándose: “¿Pero es que ya no soy nadie? ¿Todo eso que he hecho antes no fue una realidad? ¿Fue un sueño?”. Lo que fue un sueño fue lo de ayer, Belmonte. Con la mano izquierda giraba en un pase natural, los pies clavados, la cintura rota, y al rematar recogía al toro en los vuelos de la muleta y se lo pasaba en un pase de pecho más artístico, más valiente que el natural, y así, alternando estos dos pases admirables, base de todo el arte de torear, el torero creciéndose, mejorándose a sí mismo en cada lance, toreando como nunca habíamos visto torear, hizo la faena justa, precisa, como la soñaron los grandes maestros.” (ABC, íbid, p. 12)
“Y salió el sexto y hubo quites divinos. Belmonte dio sus mejores recortes; Gaona su mejor lance con el capote a la espalda y el pecho entre los pitones, y José, dos lances suaves, lentos, largos, interminables, mejor aún que sus compañeros. El tercio de quites más bonito de la temporada”. “Y allá va Belmonte, pobre torero, descartado de las grandes combinaciones porque no sabe banderillear. Se fue al toro, dolorido, sangrando, comiéndose las lágrimas y acaso preguntándose: ¿Pero es que ya no soy nadie?, ¿no tengo historia? ¿No he hecho nada en el toreo? ¡Si yo creía que en la última corrida que toreé en Madrid, en la de la Cruz Roja, había hecho algo! ¡Si a mí me parece que tuve mi tarde más completa! ¡Si yo creí que había toreado como yo sé torear y hasta había matado cono se acostumbra a matar, a un toro que tenía el peor defecto que puede tener para un matador, que es desarmar! Pero esto, ¿no fue una realidad? ¿Fue un sueño?”, para a continuación responder a tales hipotéticas preguntas del torero: “Lo que fue un sueño fue lo de ayer, Belmonte”. Y entramos ya en la faena. Su relato es digno de leerse de un tirón: “Con la mano en la izquierda giraba en un pase natural, los pies clavados, la cintura rota, y al rematar cogía al toro antes de abandonar los vuelos de la muleta y se lo pasaba al otro lado con un pase de pecho, más artístico, más valiente que el natural, y así, alternando estos dos ases admirables, base de todo el arte de torear, el torero creciéndose, superándose, mejorándose a sí mismo en cada lance, toreando hiperbólicamente, como nunca le vimos torear, hizo la faena justa, precisa, como la soñaron los grandes maestros”. “El toro, noble, suave, pequeño, se prestaba a ello. No decimos esto para restar mérito sino para completar los elementos de juicio, que siempre creímos que en estas cosas tanto debe poner el torero como el toro, y todos los toreros no saben aprovechar los toros; si alguien lo duda le emitimos al primero de esta misma corrida”. “Aquí fue cuando perdimos la serenidad. Nunca sentimos emoción igual. No emoción en el sentido de temer un percance, no; cuando se torea así, el primer deslumbrado y el primer sometido es el toro. Dio un gran pinchazo y media estocada superior, entrando a matar con estilo. Muérete torito, muérete ya. ¿Qué esperas? Mira que después de esto no deben admitir un pase más, que desde que hubo toros ninguno alcanzó honor igual al que acabas de alcanzar. Pero no se quiso morir y en vista de ello Belmonte lo descabelló. Los que antes gritaban a Gaona y Gallito, descartando a Belmonte, “los dos, los dos solos”, se echaron al ruedo y le dieron una vuelta a hombros. La gente hablaba, hablaba, hablaba, no podía ni aplaudir, ni pedir la oreja, ni nada; aquello se había salido de lo corriente y de lo corriente se salía también la forma de admiración y entusiasmo”. “Belmonte, transfigurándose, cambiando de estatura, de silueta, hasta de color, se borró a sí mismo. Nunca vi más arte puro, mas valentía natural, más dominio, mas estética. No hubo oropel. Relumbrón falso, comicidad. No toreaba para el público aficionado al efectismo, sino para el toro y para él. Ni siquiera creo que toreaba para nadie. Me pareció más bien que puso el punto final a la brillante historia de la tauromaquia. Después de esto, nada. No hay más allá”. “¡Cuánto siento tener que volver a los toros! ¡De qué buena gana me retiraría del tendido, para que otras tardes no vinieran a enturbiarme la visión que tengo de esta faena! Y cuando cruzara la calle de Alcalá a la hora de los toros, yo me acordaría de esta tarde, y cuando la gente me hablase de toreros que hicieran prodigios con la muleta, yo les contestaría maquinalmente:
Ah, sí, Belmonte! ¡Juan Belmonte!”. Gregorio Corrochano crónica ABC
Entre 1916 y 1919 ese cartel (Gaona, Gallito y Belmonte) se anunció cinco veces en Madrid y otras 21 en provincias. Con Joselito, Rodolfo alternó 139 veces, todas en España; con Belmonte en 103 ocasiones, incluidas 17 en la República Mexicana. Otras ocho corridas torearon juntos los tres en carteles de cuatro matadores y ocho toros. Datos duros para quien dude que la época de oro del toreo tuvo, a más de la pareja Joselito–Belmonte, su propia terna de oro. Y esa fue la que, al lado de José y Juan, encabezaba como primer espada Rodolfo Gaona.
Bibliografía.- Tauromaquia: “Los dos solos”-Horacio Reiba-La Jornada de Oriente.