Carlos Mateos Gil |
Redacción deportes (EFE).- ¿Por qué un caballo de competición puede llegar a costar 10 millones de euros? «Son genios, son capaces de no derribar un vertical de 1.60 metros viniendo a ‘siete mil’ por hora o entienden cuándo vienen saltos difíciles. La edad también afecta». Carolo López-Quesada, jefe del equipo de saltos de la Real Federación Hípica Española, tiene los secretos del mercado.
Producto de lujo en sí mismo, la compra desde Arabia Saudí de «Álamo», uno de los mejores ejemplares de salto en el país y que en su día adquirieron el futbolista Sergio Ramos y el jinete Sergio Álvarez Moya, afecta al deporte español.
De esta manera, Álamo vino y se fue. Pero ha dejado tras de sí buenos momentos, tal como explica Carolo López-Quesada, jefe del equipo de saltos de la Real Federación Hípica Española (RFHE): «Ha tenido resultados estupendos para España, ha ganado algún gran premio importante. Hemos podido disfrutar desde entonces de él y es un honor tener un caballo de esas características a nuestro servicio».
«Nuestro deporte es así, a los propietarios en momentos determinados les interesa comerciar con un caballo y ha salido. Tiene ya quince años, evidentemente nos afecta porque es un ejemplar estupendo pero tenemos la tranquilidad y la ilusión de que vuelvan a invertir en otro. Es muy bueno, pero en las cuadras ha entrado uno nuevo hace unos días que tiene una pinta extraordinaria. Se cierra una puerta y se abre una ventana», añade.
El dinero, pues, ha provocado que sin opción de opinar este caballo pueda pasar de ser aliado a enemigo en París 2024, si es que España consigue ser uno de los equipos europeos en clasificarse para la cita olímpica. En ese caso se confía en que Álvarez Moya «tendrá un caballo en condiciones».
«Es obligatorio que el caballo sea muy bueno pero eso no es garantía de éxito total porque el binomio a lo mejor no funciona. En porcentajes diría que es un 70-30% en favor del caballo, un 60-40%. Si no hay caballo no saltas las grandes pruebas, es igual que si Fernando Alonso no tiene un coche que corra como los demás no puede ganar el campeonato del mundo», aclara López-Quesada.
Ese es uno de los motivos que justifican las grandes cantidades que pueden llegar a pagarse por estos ‘bólidos todoterreno’: «Los caballos valen lo que valen porque algunos son genios, son capaces de no derribar un vertical de 1.60 viniendo a ‘siete mil’ por hora o entienden cuándo vienen los saltos difíciles y los hacen sin falta. Unos tienen facultades que les permiten sortear los saltos anchos y otro no. Son un montón de circunstancias. La edad, también afecta».
«Si yo tuviese que comprar un caballo ahora mismo, sería King Edward. Ha ganado en 2022 el Campeonato del Mundo. No se cuánto podría valer, un montón de dinero. Si yo tuviera todo el dinero del mundo gastaría gran parte de mi patrimonio porque aunque estoy retirado, solo dar un salto con él debe ser mágico. Puede sobrepasar los diez millones de euros, se han vendido algunos por ese precio, aunque no muchos. En las carreras es más común», comenta.
Se trata pues de grandes cantidades que ya tienen una gran influencia en el PIB de países como Francia, donde se comenta que es «la tercera o cuarta industria en exportación». España sigue esa senda, tal como plasma un estudio encargado por la federación a la consultora Deloitte y realizado con datos del 2019, año previo a la pandemia de coronavirus.
Según este se valora en 7.392 millones de euros (0,59% del PIB) el impacto económico de un sector ecuestre que genera 149.863 puestos de trabajo: «Empieza a ser un porcentaje importante. No solo es el caballo; es el mundo de los piensos, del heno, de los transportistas, de los constructores de cuadras…».
El documento refleja las transacciones de forma estimada, porque la ‘opacidad’ en este aspecto es común: «No sabría decir cuál es que más ha costado. Por ejemplo, mi padre me contaba que en 1953 Paco Goyoaga, el mejor jinete en la hípica española, trajo un caballo que valió 200.000 pesetas. No tenía muchísimo dinero pero lo buscó en su familia y se fue a por lo bueno de la época, arriesgó porque no le sobraba para gastar lo que gastó».
«Era algo increíble en su momento y fue un caballo maravilloso. Esa cantidad sería una fortuna a día de hoy. Y ahora hay caballos que se venden por encima del millón de euros. Hoy hay más compradores de caballos que caballos de máxima calidad. El gran caballo es escaso y por eso valen tanto», agrega.
No se trata, sin embargo, de inversiones a fondo perdido: «Se rentabiliza de muchas maneras. Lo primero es que hay muchos caballos que están sin castrar y aportan mucho dinero como sementales. En el caso de las yeguas, lo mismo. Puede traer muchos hijos de máximo nivel y tiene un valor importante. Aparte está la próxima competición en sí, donde hay premios importantes».
«Luego está el concepto de la venta. Si tu compras un caballo con cinco o seis años con importante proyección, le metes el diferencial del trabajo y asciende peldaños, valdrá lo que se pagó por él multiplicado por diez o por veinte», razona el integrante de la federación.
Aun así, no todos los caballos se dejan sin castrar porque «son más complicados de manejo» al ser «más agresivos» y tener «peor carácter». Se trata pues de ponderar los pros y los contras en el proyecto donde generalmente el jinete esta a merced del propietario del ejemplar por el gran esfuerzo monetario que se exige.
Todo por el sueño de obtener logros deportivos como una presea olímpica que está, literalmente, más cara que en otras disciplinas: «Para París 2024 el caballo que participa con un equipo tiene que estar el 1 de enero del 2024 en manos de un propietario del país. Cuatro o seis meses antes de unos Juegos alguien con mucho dinero no puede comprar varios para correrlos. Es un sistema de autoprotección solo para este evento».
«Cuando se acerca el 1 de enero de un año de Juegos, en noviembre y diciembre del año anterior, salen siempre un montón de operaciones de caballos importantes. Nuestro deporte es así, el caballo vale mucho dinero y alguien tiene que pagarlo. Puede ser el jinete, un propietario, una sociedad, un banco… alguien tiene que tener esa capacidad», justifica López-Quesada.