Pedro I. Altamirano. Málaga, 31 diciembre 2022.- Lo que se conoce de forma general de Joseph Aloisius Ratzinger, es que es el Papa emérito Benedicto XVI, 265.° Papa de la Iglesia católica y séptimo soberano de la Ciudad del Vaticano. Resultó elegido el 19 de abril de 2005 tras el fallecimiento de Juan Pablo II, por los cardenales que votaron en el cónclave. Más importante para mí, sin duda, es su trabajo como Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, pero en realidad es mucho más que todo eso.
Los que los conocen bien saben que, por encimas de su corto papado, de las sombras que siempre le persiguieron, son muchas más la luces que lo alumbran, sobre todo como el gran estudioso de la sociedad desde la perspectiva del humanismo, que hacen de Ratzinger uno de los más importantes filósofo del siglo XX y XXI, con mucha más influencia de la que pueda parecer.
Con respecto al concepto de Europa es necesario citar, tal como recuerda Ratzinger en una conferencia pronunciada en Berlín el 28 de noviembre de 2000, las palabras del cardenal Jósef Glem en uno de los círculos lingüísticos del Sínodo de los Obispos sobre Europa: ¿dónde empieza Europa, dónde termina? ¿Porqué, por ejemplo, Siberia no pertenece a Europa, aunque también esté habitada por europeos, cuya forma de pensar y vivir es, además del todo europea? ¿Dónde se pierden las fronteras de Europa en el sur de la comunidad de pueblos de Rusia? ¿Por dónde pasa su frontera en el Atlántico? ¿Qué islas son Europa y cuáles no, y por qué no lo son? Ratzinger concluye que Europa es solo un concepto secundariamente un concepto geográfico: Europa no es un continente que pueda ser de forma clara comprendido en términos geográficos, sino que es, ante todo un concepto cultural e histórico.
Heródoto (ca. 484-425 a. C.) es sin duda el primero en conocer Europa como concepto geográfico “Los persas consideran a Asia y los pueblos bárbaros que la habitan como su propia propiedad, mientras que consideran a Europa y al mundo griego como un “país” aparte” Sin indicar de forma clara los límites de Europa, si la defina a la perfección el concepto de Europa por la cultura. En efecto, debemos considerar a Europa desde la perspectiva cultural, en la que Roma en su concepto cristiano y basado en la cultura griega fueron configurando la Europa que conocemos hoy.
Es importante, y esto me hubiese encantado poder debatir con Ratzinger, es la influencia del Islam español, en la cultura cristiana a través de la aportación de los humanistas judíos y musulmanes españoles como Maimónides o Averroes entre otros, que desde su conocimiento de los clásicos griegos y romanos al adelanto del renacimiento, pero en este sentido nos dice que “el nacimiento del Islam no sólo está relacionado con la nueva riqueza material de los países islámicos, sino que también se nutre de la consciencia de que el Islam es capaz de ofrecer una base espiritual válida para la vida de los pueblos; una base que parece habérsele ido de las manos a la vieja Europa, que, a pesar de su perdurable poder político y económico, se considera cada vez más condenada al declive y al ocaso”
Si queremos evitar que la Europa que conocemos, debemos seguir las enseñanzas de Ratzinger con la atenta lectura de algunas de sus obras sobre Europa como “Presente y futuro de Europa”, “La nueva Europa”, “El cristianismo en la crisis de Europa” en la que, en base, nos recuerda que Europa sólo puede permanecer si permanece agarrada a su conceptos cristianos, y por tanto culturales. Nos indica el camino de la recuperación de humanismo, del valor de la vida humana, y desde la recuperación de la ética y la moral, como base de nuestras vidas, tanto a nivel personal como colectivo. La salvación está en todos y cada uno de nosotros.
El triunfo en las sociedades occidentales de las ideologías posmarxistas y de un positivismo que se expresa en la absolutización del principio mayoritario se transforma, antes o después, en nihilismo autodestructor “Hay aquí un odio de Occidente a sí mismo que es extraño y que sólo puede considerarse como algo patológico […] de su propia historia sólo ve lo que es deplorable y destructivo, mientras que ya no es capaz de percibir lo que es grande y puro” La mente privilegiada de Joseph Ratzinger es capaz de trazar en unas pocas páginas los aspectos esenciales del más que problemático estado actual de la civilización europea, así como de su historia espiritual e intelectual. No obstante, el propio Ratzinger admite la imposibilidad de tratar este asunto en toda su extensión: “el tema de Europa sólo pueda abordarse ahora en el contexto de los desafíos globales de nuestro tiempo.[…] Sin embargo, soy plenamente consciente de los insuficientes que son los intentos propuestos para las grandes cuestiones del momento que nos afectan a todos”.
Ratzinger en sus preocupaciones por el mundo europeo contemporáneo nos anima compartir con él “la impresión de que el mundo de valores de Europa, su cultura y su fe, aquello en lo que se basa su identidad, ha llegado a su fin y ha salido ya propiamente de la escena”.
La permisividad extrema, disfrazada de tolerancia incontrolada en la que vivimos enfrascados en una falsa y distraída modernidad, nos lleva hacia la intolerancia, y ya conocemos donde nos lleva el camino intolerante. Por ello debemos caminar por el camino de la libertad y el desarrollo social, económico y tecnológico, pero sin olvidar nuestras raíces culturales que emanan de la construcción cristiana de Europa. Si no volvemos a nuestras raíces desaparecemos por completo, perderemos nuestra cultura, y Europa desaparecerá para siempre.