Un papa elegido en menos de 24 horas. Que el mundo secular tome buena nota. Mensaje de unidad frente a quienes vaticinaban un cónclave largo. Cardenales 1, casas de apuestas 0. Continuidad ‘bergogliana’ con mayoría absoluta frente a las divisiones minoritarias. Ya tenemos nuevo líder espiritual, más allá de los más de 1.400 millones de católicos, y jefe del Estado más pequeño del mundo que sale elegido del cónclave más universal de su historia.
Es el segundo obispo de Roma, consecutivo, procedente del continente americano. Con corazón latino y alma agustiniana. Pero ¿qué puede esperar la iglesia católica y el mundo con León XIV? Quiero entrever, con más esperanzas que certezas, los pasos que pueda dar.
Hijo de san Agustín y del Vaticano II
Robert Francis Prevost Martínez es un “León” manso y humilde de corazón de origen estadounidense con raíces hispanas. Que se emociona públicamente en su primer contacto con el mundo. Un León que tendrá que saber leer los signos de estos nuevos tiempos modernos con mirada equilibrada y con palabras valientes, sin titubeos.
Un “hijo de san Agustín” que no se quedará quieto en la sede de Pedro. Un fraile agustino que continuará con la renovación de la curia romana y la dinamización de la iglesia universal sin tensarla demasiado o romperla. Lejos de las reformas de otro fraile agustino, el alemán Martín Lutero, que acabó siendo excomulgado, casualidades de la historia, por otro León, el papa León X.
León XIV es un religioso con experiencia misionera y fama de buen gestor en una curia romana que conoce desde dentro. En sus primeras apariciones ha dejado claro al resto de cardenales la exigencia de una “plena adhesión” al Concilio Vaticano II, lejos de las añoranzas preconciliares de algunos prelados.
Con paso diferente, pero acompasado
El papa Prevost tuvo una primera puesta en escena distinta a la de su antecesor, pero sólo en las formas. No hay que dejarse llevar por las apariencias. Una de sus palabras más repetida por ahora: paz. Un llamamiento que recuerda al reformador Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris.
Sus palabras previas a la primera bendición urbi et orbi están preñadas de mensajes que considero claves para este nuevo pontificado. Un “puente” entre las américas y el mundo, con la frase “nunca más la guerra” saliendo de sus labios en su primer ángelus pascual. Las de un agustino tímido que quería volver a su Perú querido para alejarse de Roma sin deseos de convertirse en el centro de atención. Pero los deseos del papa Francisco, al igual que del resto de sus hermanos cardenales, son otros. Le toca dar la cara por todos nosotros.
Un papado que no se olvidará del “cuidado amoroso de los débiles y descartados” ni de las personas migrantes. Sin vuelta atrás en la lucha transparente contra los casos de abusos sexuales y de autoridad. Ahora le toca materializar y aterrizar los procesos abiertos en estos últimos doce años, en línea con la Evangelii gaudium de Francisco. Apuntalar la colegialidad de todos los sectores eclesiales y promover la mayor participación de los laicos, el sensus fidei, especialmente el de las mujeres en puestos clave.
Un papa de consenso con muchos acentos
Equilibrado. Hombre de consenso, audaz y resolutivo. Dialogante. Lejos de la confrontación, más bien integrador. Sabedor de una familia que es amplia, plural y con personas muy diversas. Que apuesta por una Iglesia dinámica y, espero, abierta a todos e inclusiva. Aunque con temas que, preveo, no tocará como el sacerdocio femenino.
Un papa sinodal con muchos acentos. Políglota, cualidad que le facilitará hacerse entender directamente sin intermediarios. Incluso con Trump. Que conducirá a la Iglesia a velocidad de crucero. Constante, sin pausa, pero sin marcha atrás. Que tendrá cuidado de no derrapar ante temas de actualidad para evitar accidentarse. Y que sabrá adelantarse a los problemas con prudencia, sin salirse del camino del Evangelio y de la doctrina social de la iglesia.
Solo acaba de comenzar. Aún le quedan muchos pasos por dar hacia adelante. Algunos decisivos, dentro y fuera de la iglesia, en estos tiempos difíciles para todos. Con pisada leonina y con garra para dejar una buena huella en la historia del que se espera que sea, por sus sesenta y nueve años, un pontificado largo, quizás como el de León XIII.