REDACCION. M. Recio. suiteinformación.- Ya casi en los albores del ansiado otoño en los territorios del norte y llegado el final de agosto al sur del sur, tras casi derretirme en mi querida y calenturienta Sevilla, me vi obligado a cumplir mi promesa de llevar a dos de mis nietos a un parque acuático. Lo prometido es deuda. Y allí fuimos; omito el nombre del mismo y su lugar de emplazamiento para que nadie pueda tomarse a mal o darse por aludidos si leen lo que paso a relatar a continuación.
Que duda cabe que el diseño, su distribución y su variada oferta de servicios no tienen otra finalidad que la de conseguir el divertimento de chicos y mayores manteniendo al agua en continuo movimiento y a la vez, su principal objetivo, ser un pingüe negocio.
A plaza llena y tras respetar la cola correspondiente, inicie el paseíllo tras aparcar mi vehículo. Al llegar midieron a mis nietos como si me los fueran a comprar o fichar por un equipo de baloncesto. Pregunte por qué les medían y resulta que si miden menos de un metro y cuarenta centímetros el crio paga menos que si mide un centímetro más. El segundo de mis nietos, en el orden de medición, que es listo el jodido, se dio cuenta y se agachó un poquito. Me ahorró diez euros en la taquilla. Pasé al vestuario a ponerme el traje de baño y al salir ya preparado empezó el espectáculo.
Un mar de humanos, que se asemejaban a los atunes en las sacas de las almadrabas, llenaban la piscina de olas sin dejar espacio para una sardina de más. Todo un muestrario de padres rapados de cuerpos tatuados y andares portuarios tipo Pedro Navaja, matón de esquinas, gritaban a sus retoños como si se dirigieran a un rebaño de cabras sordas. Las madres y abuelas, de andares quedos y carnes que un día debieron ser prietas, permitían a sus medias naranjas mandar en este parque por un día, porque en sus casas ya sabían de sobra quienes realmente mandan. Rodeado de agua, cabezas rapadas , señoras rellenitas gritonas y niños perdidos, intente saciar mi sed. La única posibilidad de encontrar agua gratis era beber en uno de los estanques al servicio de la diversión. En la barra de la cafetería, una señora pelirroja con roete gritó a un niño: “Jaime…come here….la leche que te han dao”. Su procedencia colonial era indudable.
La calor apretaba y después de varias insistencias de mis dos nietos para acompañarles en la liquida aventura, me levanté decidido de mi tumbona y me preparé para ello. Una pequeña de corta edad lloraba desconsoladamente buscando a su madre. La agarré de la manita y me dispuse a iniciar su búsqueda y devolverle así a su retoña. No había andado más de diez pasos cuando un torrente de voz tronó a mi espalda: “Oiga, oiga, a donde va con mi niña???” Me sentí como un secuestrador de menores, hasta que otra señora amablemente me salvó de la denuncia confirmando que la cría se había perdido de su nerviosa madre mezzosoprano.
Quemándome las plantas de los pies por el camino de hormigón impreso salte al césped, artificial y comprobé que estaba tan caliente o más que el camino que había abandonado , por lo que seguí dando saltos hasta llegar al primer charco lúdico donde pude refrescar mis pinrreles. Tras subir por una escalera hasta el nivel de un cuarto piso, llegamos por fin a la atracción. Un albañal de plástico por el que transcurría una corriente de agua. De Nuevo cola. Delante de nosotros un grandullón de más de ciento treinta kilos aguardaba su turno. Intentando no caer mal, le pregunté sonriendo si la estructura que soportaba el canal resistiría nuestro peso. Me contestó afirmativamente y con decisión allí se lanzó, cuando llegó su hora, el buen hombre, tomando las mismas curvas que yo zigzaguearía un instante después. La física es ciencia y como tal define y fórmula los conceptos de masa, peso y velocidad. Un niño de cuarenta kilos se desliza suavemente hasta el final cayendo a la piscina que lo recibe de forma cómoda e indolora. Pero cuando más de cien kilos de carne y huesos se deslizan cuesta abajo sobre un torrente de agua y una superficie lisa, la velocidad que se alcanza es endiablada. La sensación de salirte de la larga bañera en cada curva hace que te olvides del final, que no es otro que un soberano costalazo contra el agua que se te antoja tan dura como una chapa de acero. Dolorido y aún mareado, mis nietos me empujaron hacia otra atracción: la tirolina. No me pareció demasiada la altura desde la que caías al agua al soltarte y allí que voy. Me agarre tan fuerte como pude al manillar y salté. Mi peso y la humedad no me permitieron recorrer más de un metro de distancia agarrado a ella y ahí fui a caer queriéndome agarrar al agua con lo que entre con la cara y el pecho por delante. No sé si salí por mis propios medios o me sacaron. Tome conciencia de nuevo desde mi tumbona, ahora mi hogar y refugio, mi casa en este parque tan peligroso para mi organismo como el jurásico. Las formas de expresión y los decibelios bucales de mamás y abuelis llamando a distancia a hijos, hijas, hijes , nietos, nietas y nietes, resulta complicado de reproducir. Una abuela en biquini cuya sombrilla lindaba con la mía, no dejaba de reñir a una niña de no más de cinco años de edad. Muy empeñada en que todo el mundo conociera el nombre de su nieta, no dejaba a la pobre niña ni moverse. Diana, ven, Diana, no molestes, Diana …. me tienes ya hasta el coño!!!! Salió por fin su casta y su mala educación.
Dieron las 7,30 h de la tarde y cientos de porteadores de neveras portátiles y demás bártulos incomprensibles, empezaron a desfilar como una gran tribu india de esas que vemos en las películas del Oeste americano. Pieles rojas de cabezas rapadas, olor a protector de rayos solares ya quemadas por el rubicundo Apolo después de tanto verano y más tatuajes en pie de guerra, señoras sobrealimentadas de gargantas prodigiosas volvían a sus lugares de origen en sus utilitarios que ya nada tienen que ver con los SEAT 600 de los años sesenta. Hemos alcanzado un mayor nivel de vida, mejor calidad alimentaria, dinero sobrante para gastar en parques acuáticos donde todo cuesta el doble, en destrozar la piel con dibujos tan horribles como horteras, pero la educación….. ay la educación que lejos les queda aún. Encima queremos que gane el PP. M.R. 27/8/23