- Tres jóvenes cuentan a RTVE.es cómo es la vida de las mujeres que eligen no llevar el hiyab en Irán
- Han decidido romper con las tradiciones para formarse, trabajar y ser independientes
“Lo que se ha vivido en Irán es mucho más que un teatro”, enfatiza Aftab. Para esta joven, que compagina sus estudios de arte con el trabajo en un pequeño café en una de las avenidas más concurridas de la capital, la calma y la normalidad impuesta, chocan con el ambiente de protestas e indignación que sucedió a la muerte de Mahsa Amini por llevar ‘mal puesto el hiyab’. Se muestra apática e indiferente ante los carteles electorales y las banderas que anuncian la celebración de elecciones legislativas en la misma calle amplia que fue testigo de las protestas feministas.
Aftab atiende a los transeúntes en la bulliciosa avenida de la Revolución Islámica. Casi de forma automática: carga la cafetera, coloca un vaso de cartón y pulsa el botón para que el café embriague el pequeño local. Con el mismo automatismo, limpia la máquina y vuelve a colocar todo en su sitio para volver a empezar.
En este lugar se intuye el espíritu reivindicativo de una juventud, especialmente mujeres, hastiada por un régimen pretérito que las asfixia. A escasos metros de este espacio de protesta pública está la Universidad de Teherán, hay grandes librerías, alguna biblioteca y numerosos puestos de venta ambulante. “Sigo flotando. Me parece surrealista todo lo que hemos vivido. Necesito que se detenga el tiempo para los iraníes, y pensar colectivamente sobre lo ocurrido”, asegura la joven mientras recuerda el lema de las manifestaciones que estallaron en septiembre de 2022 bajo el lema “mujer, vida y libertad”. “Seguimos en shock, muy en shock”, reitera.
“Seguimos en shock, muy en shock“
La joven Aftab, de 24 años, llegó a Teherán corriendo tras el sueño de ser actriz y hace un año que intenta lograrlo en la facultad de Artes. Nació en el seno de una familia muy conservadora, en una de las ciudades más tradicionales del país. Ubicada en el noreste de Irán, Mashhad es un lugar sagrado de peregrinación para el chiismo, conocida por las cúpulas doradas de sus mezquitas. “Mi ciudad es muy conservadora y mi familia también, pero ahora vivo aquí y me he independizado”, explica. Sus padres no quieren que estudie artes, entienden que no tiene futuro en la República Islámica. De hecho, la convencieron para que cursara la carrera de Matemáticas, aunque no la llegó a concluir porque “en la pandemia pasé mucho tiempo en casa, tuve ratos de soledad y todo lo que leía era sobre teatro y literatura”.
Desde niña supo que quería ser actriz pero hay sueños difíciles de cumplir en una república donde reinan los clérigos: “Mis padres no iban a pagarme este tipo de estudios”. Cuando tuvo la suficiente fortaleza para enfrentarse a su realidad, se matriculó en la universidad pública y “una vez aquí busqué trabajo y estoy compaginando las dos cosas”, dice con cierto orgullo.
“Cuando veo la tranquilidad de ahora, me pregunto ¿qué habrá sido de la emoción que nos movía el año pasado? y, sobre todo, lo fácil que puede llegar a ser cambiar las cosas”, reflexiona. Las mujeres como ella se atreven a hablar, pero siempre con las cámaras apagadas y nombres ficticios. Para esta entrevista, la futura actriz ha escogido Aftab, un nombre que en persa significa sol, ese astro que ahora se niega a asomarse para calentar las frías calles de una ciudad ajena al ambiente electoral que decora sus fachadas. Con un gesto que pretende abarcar el paisaje humano que transita por la gran avenida plagada de jóvenes dice que “basta con mirar” para entender a lo que se refiere.
No deja de hablar cuando se acercan extraños a pedir café, no tiene miedo ni teme ninguna represalia. Se cubre media cabeza con una bufanda de lana tricolor que posa sobre un jersey mostaza. Deja claro que tiene la cabellera semicubierta porque está trabajando, pero el resto del tiempo se suma a la desobediencia civil. “En la calle no me lo pongo”, alega desafiante.
Los hombres que apoyaron las protestas
De vez en cuando pasan compañeras y amigas a por un café. Un joven entra en el local y le da un abrazo. “Se llama Egel y es mi novio”, confiesa. Van a la misma facultad y él, como otros varones, también se ha sumado a las protestas contra el velo. “Las mujeres iraníes han demostrado que tienen más fuerza de la que imaginamos”, concluye.
A sus 25 años tiene claro que “el éxito” para los cambios “vendrá de la unidad”. Explica que muchos chicos han entendido que hay que estar del lado de las mujeres y que ellos también tienen que “expresar su repulsa contra la imposición del hiyab”. Egel estudió Derecho en un país donde el único derecho que existe está basado en la interpretación de la sharia, la ley islámica, y por eso reconoce que no le gustó su carrera. Los dos saben que las artes no son caminos sencillos en el Irán de 2024. Se sienten bajo la lupa porque cualquier creación puede ser “censurada, creen que estamos mandando algún mensaje en su contra”, aunque reconocen que el arte por sí mismo puede expresar cosas.
En Teherán hay muchos submundos que coexisten, pequeños universos para quienes no comparten la doctrina de los ayatolás. Oasis para la diversión y lugares clandestinos que acogen la rebeldía. La casa de los artistas es uno de estos rincones para desconectar. Es casi de noche, la lluvia y el frío se quedan en la puerta. Su armoniosa construcción invita a adentrarse por las salas de exposiciones. De repente, dos chicas con las melenas descubiertas comentan fotografías en blanco y negro.
”Queremos ser fotógrafas”, dicen a la par Neda y Nur. Aceptan tomarse un café, aunque la lluvia que repiquetea al otro lado del cristal invita más a un chocolate caliente. Es un espacio seguro, una cafetería moderna en la que no hay velos, excepto por algunas mujeres que llegan de la calle y que enseguida se destapan.