Seis Triple Ocho, que se estrenó a finales de diciembre en Netflix, rinde homenaje al 6888º Batallón del Directorio Postal Central, el único batallón de mujeres y negros que sirvió en el extranjero durante la Segunda Guerra Mundial.
Esta es su historia… El 14 de mayo de 1942 el Congreso de los Estados Unidos aprobó la creación del Cuerpo Auxiliar del Ejército de Mujeres (WAAC, por sus siglas en inglés):
Con el propósito de poner a disposición de la defensa nacional el conocimiento, la habilidad y la formación especial de las mujeres de la nación.
Aquel gran paso adelante quedó en un intento, porque el WACC se creó como un cuerpo auxiliar del ejército, pero no integrado en el ejército ni, por tanto, sometido a la legislación militar (para bien o para mal). Eso implicaba que, por ejemplo, no podían ejercer fuera de las fronteras nacionales o no tenían derecho al seguro de vida del gobierno que cubría a todos los militares. Estas desigualdades con los hombres y la actitud del ejército hacia ellas, propia de una institución rancia e históricamente masculina, por no decir machista, hizo que aquel entusiasmo inicial por alistarse se viniese abajo. ¿Y quién puso el grito en el cielo para desfacer aquel entuerto? Pues Edith Rogers, la primera mujer elegida para el Congreso como representante del estado de Massachusetts que ya había intervenido en la creación del WAAC y en 1943 elaboró el proyecto de ley que creaba el Cuerpo del Ejército de Mujeres (WAC, por sus siglas en inglés, aunque suene repetitivo). Por cierto, esta veterana política (estuvo 35 años en el cargo) fue la primera en darse cuenta de las dificultades que tenían los veteranos de guerra para integrarse en la sociedad cuando regresaban a casa, así que se puso manos a la obra y participó en la elaboración de la legislación que les brindaba ayuda educativa y laboral, además de beneficios fiscales y financieros. El 1 de julio de 1943 el presidente Franklin D. Roosevelt firmó la ley por la que el WAAC cambiaba su nombre a WAC y, lo más importante, pasaba a formar parte del Ejército de los Estados Unidos, equiparando a hombres y mujeres en rango, privilegios o beneficios, y permitiendo «liberar a un hombre para luchar».
Ya tenemos a las mujeres integradas en el ejército, ¿a todas? Pues sí y no. En teoría sí, porque a comienzos de 1940 se habían eliminado los cupos raciales en el ejército, y en la práctica no, porque las desigualdades persistían y la segregación se mantenía con negros y blancos sirviendo en unidades separadas o, por ejemplo, con los oficiales afroamericanos (los pocos que había) que no podían mandar sobre un blanco, aunque fuera un simple recluta. Es curioso, o directamente hipócrita, que…
EE.UU. luchó una guerra contra los peores regímenes racistas con unas fuerzas armadas en las que el racismo era rampante, y, cuando vencieron, los victoriosos soldados negros que habían devuelto a medio mundo la libertad, regresaron a un país donde seguían siendo ciudadanos de segunda. Y fueron ellos, los veteranos negros de la Segunda Guerra Mundial, los que en buena parte levantaron el movimiento por los derechos civiles que puso fin a la segregación un par de décadas más tarde. (Carlos Hernández—Echevarría, especialista en estudios norteamericanos y profesor de la Universidad Europea de Madrid).
Y si esto ocurría con los hombres, con las mujeres todavía era más sangrante. De hecho, tendría que intervenir Mary McLeod Bethune, la llamada Primera Dama de la América Negra, luchadora humanitaria y activista por los derechos de los afroamericanos en general, y de las mujeres en particular, fundadora del Consejo Nacional de Mujeres Negras y, gracias a su amistad con la Primera Dama Eleanor Roosevelt, asesora nacional del presidente Roosevelt. Aunque como en el resto del Ejército prevaleció la segregación, gracias a Bethune las mujeres de color pudieron alistarse y servir en el teatro europeo, tal y como ya estaban haciendo varias unidades de mujeres blancas.
En noviembre de 1944, el Departamento de Guerra creó el batallón 6888 del Directorio Postal Central compuesto íntegramente por mujeres afroamericanas alistadas en el WAC y al frente la mayor Charity Adams (la oficial afroamericana de más alto rango).
El 3 de febrero de 1945, tras el correspondiente periodo de instrucción en los campamentos, las mujeres del 6888 embarcaron rumbo a Gran Bretaña. Su destino, Birmingham. ¿Y qué había en Birmingham que requería el envío prioritario de este batallón? Pues un problema que afectaba a la moral de las tropas: no se estaba repartiendo el correo por falta de personal y de una organización adecuada. Y esa fue la labor que se encargó al 6888, entregar miles de cartas y paquetes destinados a los combatientes en el frente que se habían ido acumulando desde antes de Navidad y que, lógicamente, seguían llegando un día tras otro. Se enfrentaron a montones de correspondencia apilada en almacenes apenas iluminados y carentes de calefacción, donde la palabra organización era una quimera y los roedores hacían de las suyas con los paquetes en los que había comida, y para rematar la faena con escasez de personal (comparable a la falta de servicios básicos en la España vaciada). Y el problema no solo era el volumen, que también, sino que se enfrentaban a señas insuficientes (en ocasiones solo ponían el nombre) o incorrectas (porque, por ejemplo, el destinatario ya no estuviese donde se dirigía la carta al ser enviado a otro frente), y aun en esos casos, que lo sencillo habría sido dejarlas por imposibles o por no perder el tiempo, investigaron, indagaron y preguntaron aquí y allá para poder hacerles llegar a los soldados aquella conexión con la familia que ayudaba a sobrellevar los terribles y penosos días en el frente. Y por si no fuera poco, también se encargaban de devolver la correspondencia de los fallecidos.
Harían falta muchos meses, algunos decían que incluso años, para poner remedio a aquella enfermedad que minaba la moral de las tropas. Repitiéndose la máxima «sin correo, moral baja», se pusieron manos a la obra. Implementaron un nuevo sistema de seguimiento y organización por fichas, y trabajando en tres turnos de 8 horas al día durante 7 días a la semana consiguieron procesar unas 65.000 unidades de correspondencia por turno. En apenas tres meses el batallón de mujeres afroamericanas había conseguido terminar aquel arduo trabajo. Y eso que, además de trabajar con escaso medios y en condiciones nada favorables, tampoco ayudó el ambiente con el resto de militares estadounidenses, porque no fueron bienvenidas ni por los hombres (en general), ni por las mujeres blancas de la WAC. La verdad es que fueron tratadas con cierta hostilidad por los soldados varones (negros y blancos), e incluso se llegaron a difundir rumores (más falsos que «Enhorabuena eres el visitante 1.000.000 y has ganado un Iphone») que aludían a su carácter y a su honorabilidad. Estas mujeres lucharon en tres guerras a la vez: la de la discriminación racial, la de la discriminación de género y la propia guerra. Así que, como la comandante Adams era partidaria del donde no me quieren no voy, se crearon sus propias instalaciones con comedor, peluquería, cafetería y otras zonas recreativas. Por el contrario, quedaron sorprendidas de la educación y la amabilidad con la que eran tratadas por parte de la comunidad local, hasta el punto de que algunas de ellas hicieron amistad con las paisanas del lugar (y también paisanos) y, a veces, eran invitadas a tomar el té en sus casas.
Hecho el trabajo en Birmingham, en junio de 1945 (el 9 de mayo se había producido la capitulación alemana) el batallón 6888 fue enviado a Francia para repetir la misma operación en la localidad de Rouen. Es verdad que el trabajo fue el mismo y con el mismo volumen de cartas y paquetes acumulados, pero las condiciones laborales (incluso tenían ayuda de civiles) y el alojamiento distaban mucho de parecerse en algo a su odisea inglesa. De hecho, tenían tiempo para descansar, pasear y participar en actividades deportivas. Después de limpiar los almacenes de Rouen, les ordenaron viajar hasta París, donde ya fueron alojadas en hoteles… con desayuno incluido. Como era de esperar, ya que la alegría dura poco en la casa del pobre, la paulatina disminución de la carga de trabajo redujo las mujeres necesarias para ello, por lo que su número fue disminuyendo progresivamente, así como sus condiciones de trabajo. De hecho, debían registrar a los civiles que trabajaban con ellas cuando abandonaban las instalaciones por el robo de paquetes, sobre todo los que llevaban comida o algún objeto de valor. Y lo hacían con mucho dolor de su corazón, porque entendían la situación de las gentes de aquella Francia de posguerra con escasez y privaciones… pero era su trabajo.
En febrero de 1946, el resto del batallón regresó a los Estados Unidos sin ningún tipo de recibimiento y se disolvió sin más ceremonias, ni públicas ni privadas, ni oficiales ni oficiosas. Con la excepción de unidades más pequeñas de enfermeras afroamericanas que sirvieron en África, Australia e Inglaterra, el Batallón del Directorio Postal Central 6888 fue la única unidad de mujeres afroamericanas que sirvió en el extranjero. Y aunque más vale tarde que nunca, el 28 de febrero de 2022, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos votó una resolución, con 422 votos a favor y 0 en contra, para otorgar la Medalla de Oro del Congreso a las mujeres del Batallón del Directorio Postal Central 6888. Tarde, pero se hizo justicia.
Fuente: Malas y cabronas