Las conocidas como «las Cañitas», también llamadas «las hembritas», eran dos lesbianas que vivieron en el siglo XVII. En una época en España donde la religiosidad y buenas costumbres gobernaban el vasto Imperio; y donde no había lugar para degeneraciones como la homosexualidad o el lesbianismo, surgieron estas dos perdularias, que prefirieron hacer su vida y hacer caso omiso de las normas religiosas que imperaban en aquellos tiempos.
Existente en los archivos nacionales, la investigación y persecución de la Inquisición a este y otros casos parecidos, relativos con el lesbianismo y la homosexualidad. Este caso que les voy a relatar, está considerado como el primer caso de este tipo del que hay noticia documental.
Yo consideraría este caso de «las Cañitas», como un drama digno de historia novelada, serie o film de larga duración; pues hay material de sobra. Esta historia de la que les hablo; es una historia de un amor pasional entre dos mujeres, donde no falta ningún tipo de ingrediente personal, de crueldad y de bajos instintos, que no la haga interesante.
Existe algún libro que otro que recoge este largo proceso llevado a cabo por la Inquisición por lesbianismo, como causa principal, a principios del siglo XVII entre Valladolid y Salamanca. La historia manuscrita nos cuenta el peregrinaje y calvario de dos mujeres que se amaron contra todo lo imaginable, que lucharon por estar juntas y se defendieron como pudieron en una época oscura, cruel y hostil.
En un un legajo hallado en el Archivo de Simancas; leeremos lo siguiente:
«En junio de 1603, Inés de Santa Cruz, una mujer que fue “monja-beata-priora”, y su compañera Catalina Ledesma, resultaron detenidas y juzgadas en Salamanca por “bujarronas” -todos los entrecomillados proceden de la rigurosa transcripción de documentos históricos-.
Según el frágil y amarillento legajo de hace más de 400 años, “trataba la una a la otra con un artificio de caña en forma de natura de hombre”. A su manera, Inés y Catalina se inventaron -y fabricaron- una especie de consolador, para darse placer la una a la otra. Este consolador era un objeto tan antiguo que la arqueología data algunos con más de 25 000 años; pero que en la España de los Austrias, y más concretamente, en los tiempos de «las Cañitas», eran muy populares y de diversa factura.
La descripción de las relaciones íntimas de las dos mujeres llega a detalles como estos al referirse a Inés: “Con sus manos la abría la natura, o llámesele concha, a la dicha Catalina hasta que derramaba las simientes de su cuerpo en la natura de la otra por lo cual las llamaban Las Cañitas y esto es público y notorio entre las personas que las conocen”. Tendremos en cuenta; que el escribiente, no repudiaba las ostentaciones femeninas, por lo tanto, no escatimo en detalles de la relación sexual entre Inés y Catalina.
Escribía el cronista: “Había mucho escándalo y murmuraciones en el barrio”. Aquel había sido el punto más sórdido y doloroso de la historia, pero en realidad, la lucha de Inés y Catalina venía de lejos. Como señalan los historiadores, “a efectos judiciales no era la primera vez que Catalina e Inés estuvieron detenidas por tener relaciones lésbicas”. Y hay un proceso anterior en Valladolid en 1601 a las mismas mujeres que también ha sido sacado ahora a la luz, como dos siniestros capítulos del mismo drama.
Estas dos mujeres, «mártires de la incomprensión» de la época, pasaron por tres procesos, -inquisitoriales, -entre 1603 y 1606-, a cual más duro y humillante. Desde entonces, el apodo otorgado a las «dos hembritas», rozó el mito y se sumergió en la oscuridad.
El investigador; rebusca en las biografías de las dos mujeres y las sitúa en el tiempo exacto, las tormentosas circunstancias y vicisitudes que culminaron, después de múltiples apelaciones, con la drástica separación de las dos amantes, que insistieron en reencontrarse. Catalina Ledesma e Inés Santa Cruz fueron vilmente azotadas y humilladas en público, para posteriormente ser condenadas al destierro; transcurridos unos años llegaría, el tan ansiado perdón real.
Catalina Ledesma, era analfabeta, ejercía como sirvienta, estaba casada y procedía de la más dura marginalidad y pobreza más absoluta; mientras que su amante Inés de Santa Cruz, era mujer de alta alcurnia, derivada de la nobleza castellana y tenía incluso influencias familiares en la Real Cancillería de Valladolid.