
En cualquier caso, el señor local era el conde García, un hidalgo de solar, es decir, que tenía casa solariega y sus cuatro abuelos poseían hidalguía acreditada (lo que se denominaba “por los cuatro costados”). Con tal condición, estaba obligado a aportar un caballero armado al ejército real.Y el 11 de diciembre de 1474 llegó el momento, cuando una enfermedad segó la vida de Enrique IV y tanto Juana como Isabel se proclamaron reinas, abocando a Castilla a la guerra civil.

Los isabelinos contaban con la alianza de los aragoneses mientras que los juanistas acordaron su casamiento con su tío, el monarca portugués Alfonso V, para tener el apoyo de ese país y sumarlo al de Francia, rival de Aragón. Otros reinos se mantuvieron neutrales La entrada de tropas lusas por Plasencia en ayuda del partido juanista y la posibilidad de que enlazaran con las francesas alarmó al otro bando, que envió emisarios por toda Castilla llamando a las armas. Así llegó la noticia a Arintero, donde el mencionado conde García se veía imposibilitado para responder a la convocatoria al no tener hijos varones; sólo cinco hijas , lo que le obligaba a acudir él mismo. Algo que no hubiera sido un impedimento en otros tiempos, pues había tomado parte en numerosas campañas contra los musulmanes, salvo que ahora ya peinaba canas y no estaba en condiciones de retomar la vida castrense. Por eso, viendo su decaída moral, una de las hijas, llamada Juana, le hizo una insólita propuesta: ella acudiría en representación de la familia. En un principio, la idea fue rechazada terminantemente por el conde pero lo cierto es que no quedaba otra alternativa y poco a poco fue remitiendo su negativa hasta empezar a asumirla.Juana recibiera un entrenamiento como guerrera, desde aprender a dominar al caballo en medio del fragor del combate a manejar espada y lanza, pasando por acostumbrarse al peso e incomodidad de la armadura. Pero su determinación lo hizo posible, de modo que al cabo de ese tiempo estaba preparada y resolvió presentarse en Benavente como el caballero Diego Oliveros de Arintero, previo sacrificio de su larga melena.
En febrero de 1476 los reyes pusieron sitio a Zamora, que estaba en manos portuguesas, conquistándola. Los lusos se retiraron antes de que la plaza fuera tomada totalmente, planeando atrincherarse en Toro. El choque se produjo en los campos de un pueblecito llamado Peleagonzalo, si bien pasaría a la Historia con el nombre de Batalla de Toro. Junto a otros caballeros, Juana cargó contra el enemigo intentando arrebatarle el pendón al alférez pero, en su ímpetu, quedó aislada ante tres adversarios. Pudo deshacerse de dos pero el otro tenía ventaja al luchar cuesta abajo y logró desarmarla y herirla.Al quedar inconsciente y fueran los médicos, al disponerse a curarla, quienes se percataran de que aquél era un cuerpo femenino. Fernando no daba crédito a lo que oía pero, admirado de su valor, hizo justicia: no sólo perdonó el engaño sino que le concedió numerosas e importantes mercedes a Juana Pero, además, el soberano le otorgó permiso para añadir al escudo de armas de su familia un cuartel que llevaba una dama empuñando lanza y adarga. Posteriormente se le sumaron apócrifamente unos versos que hoy pueden leerse en una placa de su casa natal
( Conoced los de Arintero
vuestra Dama tan hermosa,
pues que como caballero
con su Rey fue valerosa.
Si quieres saber quién es
este valiente guerrero,
quitad las armas y veréis
ser la Dama de Arintero.)

