Álvaro Filgueira. Suite Información.- El crecimiento sin timón
España lleva años navegando con presupuestos prorrogados y sin un rumbo económico claro. No hay un plan de país, ni grandes reformas fiscales, ni un nuevo impulso industrial. Y, sin embargo, la economía crece. El PIB avanza un 2,8% interanual entre julio y septiembre, y un 12,9% desde 2021.
La paradoja es tan visible como incómoda: ¿cómo puede crecer un país sin una política económica real?
La respuesta —aunque duela a políticos y expertos por igual— está en la inercia del capitalismo y del propio mercado, una maquinaria que sigue funcionando aun cuando el Gobierno apenas gira el volante.
El capitalismo como sistema autónomo
El capitalismo moderno tiene una capacidad extraordinaria: sigue moviéndose solo.
No necesita presupuestos nuevos para generar actividad, ni leyes cada año para empujar la inversión.
Mientras haya consumo, crédito y expectativas, el engranaje sigue girando.
Los empresarios no esperan a que se aprueben las cuentas del Estado; los hogares no posponen sus compras por la lentitud legislativa; los mercados financieros siguen asignando recursos a lo que consideran rentable.
Así, incluso sin una estrategia económica clara, la fuerza combinada del mercado, la competencia y la productividad privada sostiene el crecimiento.
Es la esencia del capitalismo: una energía que se autorregula, que reacciona a los incentivos más que a los discursos.
Y España, con su estructura diversificada —turismo, servicios, construcción, exportaciones, digitalización—, tiene la suerte de contar con una economía que no se detiene aunque la política sí lo haga.
Crecimiento real, salarios estancados
Pero no confundamos la velocidad del PIB con la salud de la ciudadanía.
El crecimiento español de los últimos años ha sido más cuantitativo que cualitativo. Hemos creado empleo, sí, pero sin mejorar los sueldos ni el poder adquisitivo.
De los 12,9 puntos de crecimiento registrados entre 2021 y 2024, 5,1 puntos fueron a remuneración de asalariados y 5,3 al capital.
El reparto, sobre el papel, parece equilibrado. Pero en la práctica, los trabajadores apenas notan el progreso.
¿Por qué?
Porque hemos crecido contratando más gente, no pagando mejor.
Es el reflejo de un modelo extensivo: más horas, más contratos, más actividad… pero poca productividad por persona.
El salario medio apenas avanza mientras los beneficios empresariales se recuperan con fuerza.
La economía que avanza por costumbre
Lo curioso es que este crecimiento se ha dado sin un motor político identificable.
Los presupuestos siguen prorrogados, las reformas estructurales están congeladas y el impulso público es limitado.
Pero el país produce, consume, exporta y contrata.
Eso demuestra algo que incomoda a muchos discursos:
el capitalismo tiene vida propia.
Funciona por costumbre, por necesidad, por la lógica de los incentivos.
Una economía moderna con mercados abiertos, sistema financiero sólido y cultura empresarial activa puede mantener su inercia incluso sin dirección política.
Pero también tiene un precio: cuando la política se ausenta, el sistema tiende a premiar la eficiencia, no la equidad.
El mercado reparte según productividad, no según justicia.
Y ahí nace la brecha entre el crecimiento macroeconómico y el malestar social.
Los límites de la inercia
Esta autonomía del capitalismo puede parecer una bendición —un país que crece sin depender de los vaivenes políticos—, pero también es una advertencia silenciosa.
Una economía sin guía pública acaba reforzando los desequilibrios: salarios estancados, desigualdad creciente, servicios públicos tensionados.
Porque el mercado, por sí solo, no corrige las asimetrías. Solo las aprovecha.
Y sin una estrategia que oriente la inversión hacia la productividad, la innovación o la cohesión territorial, el crecimiento puede convertirse en una simple estadística.
Conclusión: crecer sin gobernar
España demuestra que es posible crecer sin gobernar, sin presupuestos nuevos, sin medidas extraordinarias.
El capitalismo lo hace por inercia, como un tren que sigue avanzando aunque nadie toque los mandos.
Pero todo tren, sin rumbo, corre el riesgo de descarrilar.
La economía española funciona por su propio impulso, sostenida por la confianza, la demanda interna y la eficiencia acumulada.
Lo que falta no es crecimiento, sino proyecto: una dirección que transforme esa inercia en bienestar real, duradero y compartido.
Porque crecer sin gobernar es posible.
Lo difícil, lo verdaderamente importante, es crecer sabiendo hacia dónde.


