Manuel Recio Abad. SUITEINFORMACION.- El toreo es un arte efímero que requiere dejar pasar unos días, después de celebrada la corrida, para atinar con una justa critica.
Fue una tarde llena de detalles, de momentos llenos de perfección y torería realizados como aquí entendemos el oficio de hacer pasar cerca de la barriga los pitones de un morlaco de más de media tonelada de carne, piel y huesos.
Riesgo y arte, arte y ensueño cuando el milagro del toreo de verdad aparece ante nuestros ojos.
Seis medios toros, de impecable presencia pero faltos de raza , huidizos, corretones, sin fijeza salvo excepciones, saliendo sueltos de cualquier embroque… no querían pelea sino más bien volver a su dehesa de “El Palancar de Tramuntía” ubicada en la localidad de Pozos de Hinojos, Salamanca, en la que hasta hacía unas horas plácidamente pastaban. Los toros de la ganadera charra Concha Hernández sencillamente no lucieron por su casta y bravura si bien iban y venían tras capotes y muletas sin codicia ni transmisión y rehuyendo a la pelea. De forma involuntaria quizá, la ganadera no trajo lo mejor, los pupilos con mejor nota de esta excelente y selecta ganadería.
Tarde de toros que pudo ser gloriosa por la buena disposición de los tres matadores. Juan Ortega dio una clase magistral de cómo se torea con un capote en las manos, llena de lentitud y temple. También en sus faenas de muleta dejó destellos de ese toreo lento y sencillo, sin darle mucha importancia, pero que llega a los tendidos de forma ardiente. Pablo Aguado, como buen universitario, estudia sus toros sin perderlos de vista en ningún momento desde que saltan al ruedo. Fíjense en ese importantísimo detalle. Todo lo hizo bien demostrando clase y veteranía.
Y en esto llegó Morante, dispuesto en su segundo toro, cuarto de la tarde, a poner al respetable en disposición de que sus posaderas abandonasen sus respectivas y cómodas almohadillas. Formó el lio con un recibo de capote de largas a una mano al más puro estilo gallista. Una suerte antigua y ya olvidada. En su fondo y en sus formas el guijarrero quiere retrotraer imágenes de toreo ancestral y así mostrarlo al público, algo que es muy de agradecer.
Finalizada la corrida, rios de tinta para ensalzar la faena de muleta de quien da todo o nada pero es muy capaz de convertir en un momento dado los ojos del aficionado en una máquina fotográfica con un “ahí queda eso”.
Adjetivos y epítetos al más puro estilo barroco de la escuela cronista sevillana se han llegado a utilizar: Papa del toreo, Pontífice Taurino, reventador del cónclave de Sevila, “ Habemus Papam del toreo”. En tiempos de elección de un nuevo Papa y encontrándonos en Sevilla, estos calificativos les han salido solos a la pléyade cronista barroca sevillana. Ninguna originalidad, sin embargo, al respecto.
Morante se alió con el bueno de “Bodeguero” y este con el de Puebla del Río y así surgió una tauromaquia de olor y portento que sólo se sabe reconocer y valorar en Sevilla y en alguna otra plaza cercana, pero que en otras hubiera sido una faena más.
Un inspirado Morante, un Vincent Van Gogh que agarró sus pinceles para venirse una tarde de toros a Sevilla y dibujar en el albero sus Girasoles, o mejor sus Lirios, pues se cree que el pintor holandés utilizó los iris como un símbolo de la pasión y la energía de la vida, para poner fin a la oscuridad y la tristeza que él sentía en ese momento de su vida.
Morante ha vuelto, curado de males y espantos y eso es lo único incontestable. Disculpe el lector mi barroca comparación pero aquí he nacido y es imposible elegir el lugar donde se viene al mundo.
Larga vida al maestro.